21 dic 2006

El fútbol y las transformaciones del peronismo


El fútbol y las transformaciones del peronismo es un nuevo libro del sociólogo Roberto Di Giano en el que analiza la vinculación de este deporte en la Argentina y su relación con el movimiento creado por Juan Domingo Perón. Aquí reproducimos un fragmento del ensayo Fútbol Nacional y Popular, sobre el cual el autor señala en el prólogo que “en 1973, cuando el viejo líder asumió su tercera presidencia, irrumpió un imaginativo grupo de profesionales que conformó un conjunto emblemático como el de Huracán, prontamente enlazado con el proyecto nacional y popular del peronismo. La aparición de un equipo que supo rescatar de una manera dinámica ricas características de nuestra historia futbolística, no resultó ajena a los cambios culturales registrados en el contexto social más amplio”. Por último, un video con imágenes de aquel conjunto Campeón Metropolitano 1973 que dirigía César Luis Menotti y que formaba con los siguientes jugadores: Roganti; Chabay, Buglione, Basile y Carrascosa; Brindisi, Russo y Babington; Houseman, Avallay y Larrosa.

FÚTBOL NACIONAL Y POPULAR

Las esperanzas se doblan bajo los hechos
Manuel Ugarte
A principios de la década del 70 coexistían en el fútbol argentino dos modelos deportivos: el tradicional, forjado en las primeras décadas del siglo y pronto diferenciado del estilo inglés, y el que hizo su aparición en los años sesenta, según pautas modernas de valoración europea. Acorde con el clima de efervescencia social que se vivía en el país con el retorno de la democracia, apareció en escena un equipo emblemático como el de Huracán que, dirigido por Cesar Luis Menotti, revalorizó los bienes futbolísticos tradicionales, a tono con el proceso de cambio que se gestaba en amplias franjas de la sociedad argentina.

En 1973, el equipo de Huracán se distinguió en la Argentina no sólo por su buen nivel futbolístico, coronado al consagrarse campeón del certamen metropolitano, sino también porque muchos de sus integrantes se solidarizaron con el clima social de la época, centrado en el intento de desestructurar definitivamente las situaciones de dependencia. Eran tiempos en que se asistía a una fuerte presencia de los sectores populares que intentaban reivindicar su labor cultural autónoma luego del período de desintegración social, producto, en gran medida, de la modernidad dependiente que se trató de implementar en la Argentina.

Si bien en forma parcial, una manifestación cultural tan importante como el fútbol tampoco podía estar ausente de esa firme corriente de resistencia contra la reciente etapa de desnacionalización. Resistencia liderada políticamente por el peronismo, un amplio movimiento que resultó permeable a múltiples sectores, deseosos de encontrar un espacio para expresar sus posturas antiimperialistas.
El estudio de ciertos aspectos de la biografía de Menotti, líder indiscutido de aquel grupo de futbolistas, nos brinda algunos indicios acerca de las modificaciones sociales que se fueron produciendo en la Argentina, desde la euforia contestataria de 1973, luego teñida de confusión y sectarismo, hasta su desarticulación definitiva en marzo de 1976. Es importante recordar que Menotti fue modificando sus posturas con el correr del tiempo, especialmente a partir del último tramo de 1974, cuando pasó a desempeñarse como entrenador de la selección nacional de fútbol.

No cabe duda que la biografía de una persona se inscribe inexorablemente dentro de los grandes vaivenes de la sociedad en que vive. Pero también ocurre que, tanto por características personales como por diversas circunstancias, hay individuos cuyo destino corre en forma paralela a los sucesos históricos con más facilidad que el de otros. Es decir, son sujetos que terminan adecuando sus propias iniciativas a determinados momentos históricos y sociales por los que atraviesa su país
[i].

Un objetivo primordial: la liberación
La necesidad de comprometerse con el tiempo político, un signo fuerte de la época, se añadía al rol específico que desempeñaba Menotti dentro de la esfera deportiva. Esa coincidencia quedó expuesta, entre otras cosas, en la solicitada de apoyo al peronismo que firmó junto a varios integrantes del plantel de Huracán. Allí se pronunciaban tanto por una práctica deportiva que tuviera más en cuenta las demandas de los sectores populares como por brindar su apoyo a aquella consigna que denunciaba la existencia de países imperialistas y países dominados: "liberación o dependencia
[ii]."

En esa época, el director técnico Menotti, que se distinguía por su nivel cultural y su índole polémica, demostraba un gran sentido libertario
[iii], apuntando a lograr en su equipo una primacía de la espontaneidad en detrimento de la organización, la creatividad en perjuicio de la enajenación: "... No me convence mucho eso de 'imponer disciplina' en el plantel. Me suena a régimen militar y el fútbol es otra cosa (...) En todo caso, lo que me preocupa, es contar con gente que sea honesta y no mansa por temor a los castigos...”[iv]
El entrenador del equipo de Huracán intentaría con éxito infundir hábitos consensuales en sus dirigidos, a expensas de la coacción exterior. De esa manera, el tipo de vínculo basado en una férrea disciplina, propio del proceso de modernización de los años sesenta es sustituido por el de la camaradería, y los aspectos afectivos vuelven a tener sentido. El jugador deja de percibir el peso de la autoridad para convertirse en un compañero, el compañero, en un amigo: "... El plantel tiene que vivir la amistad; que el marcador de punta no haga un cierre por obligación, sino para cuidar la espalda de un amigo…”[v]

La forma en que se relacionaban los diversos integrantes del grupo durante esta verdadera primavera futbolística, basada en el altruismo y en la solidaridad, estaba indefectiblemente destinada a favorecer el bien común.

Criterios éticos y estéticos
Tal estructura futbolística que rescataba los rasgos singulares de nuestra cultura, junto al valor primordial de la libertad, recuperaba también la belleza y una rica gama de sentimientos, revitalizando lo perdido en la década del sesenta merced a esa supuesta modernización de un valioso patrimonio cultural de los argentinos. En aquel plantel dirigido por César Menotti primaban los jugadores afines con la estética tradicional de nuestro fútbol, que había estado basada tanto en el virtuosismo técnico como en el recurso de la picardía.

Una vez más, en los campos deportivos de nuestro país, resurgieron muchos elementos que implicaban, en buena medida, un rescate de ricas características propias, despreciadas por los agentes modernizadores del fútbol argentino, fascinados por los "adelantos" conseguidos en los países europeos. Aquellas formas originales del pasado habían sido relegadas por el crecimiento exagerado de la organización y los planteos tácticos desde los tempranos años sesenta. Y precisamente con este rescate de valiosas tradiciones futbolísticas, llevado a cabo por el equipo de Huracán, tendieron otra vez a dejarse de lado las ataduras inútiles impuestas a los deportistas, que ahogaban las motivaciones hedonistas y restringían el espacio de lo lúdico.

En varias ocasiones, los aplausos de las hinchadas contrarias, superando el sinsabor de la derrota, demostraron la aceptación unánime de los rasgos que significaban una recuperación de lo propio. Un carácter menos previsible en el trámite de los partidos, ya que lo fundamental quedaba librado a la espontaneidad e improvisación, daba al juego ese encanto especial de la sorpresa habilidosa.
[vi]
Este tipo de práctica deportiva habitual en el plantel de Huracán pudo construirse con aquellos elementos que desde los inicios de la década del sesenta sólo habían podido expresarse en forma solapada. El estilo histórico, trunco por el imperativo de una modernización de raíces exógenas, seguía despertando orgullo en los aficionados argentinos (sobre todo ante un componente clave como la gambeta que evoca en el imaginario popular el triunfo del astuto frente al poderoso). Un modelo futbolístico que pudo instaurar fuertes lazos entre las disposiciones éticas (libertad para crear, imaginación y solidaridad para favorecer las identidades individuales y colectivas) y las estéticas (vinculadas a las mejores fuerzas de la cultura popular: la destreza pícara y la alegría).

Modelo deportivo y proceso social
En 1973, cuando se encontraba al frente del equipo de Huracán, César Luis Menotti compartió esa rica experiencia creativa con sus dirigidos. Al mismo tiempo, el exitoso entrenador se mostraba solidario con el clima de radicalización política y social de la época, motorizado principalmente por la juventud, compartiendo así una identidad de propósitos ligados a un programa de liberación nacional.
[vii]

En ese contexto, Menotti juzgaba en tono muy crítico las concentraciones impuestas por muchos de sus colegas con la intención de controlar a los futbolistas, por consideradas contraproducentes desde roda punto de vista: "Nunca me gustaron las concentraciones. Ni para antes ni para después de los partidos. Y mucho menos cuando son demasiado prolongadas... "
[viii]

Tal posicionamiento crítico con respecto a las concentraciones
[ix], se complementaba con su terminante rechazo al criterio que ponía a la selección nacional por encima de los intereses y expectativas de los diversos clubes del país. Para César Luis Menotti se debía privilegiar la dimensión interna que atendía más directamente las demandas populares (de donde emanaba la mayor legitimidad de su estilo), subordinando las competencias internacionales a un segundo plano. De allí que Menotti expresara sus reparos sobre las actitudes sostenidas por Enrique Ornar Sívori, entrenador contratado por la Asociación del Fútbol Argentino para dirigir el destino de nuestra selección: "Yo no tengo nada en contra de Sívori, pero (...) le quita a los clubes, principales protagonistas del fútbol argentino, un arma fundamental como son los jugadores…”[x]
Pero los argumentos esgrimidos por Menotti para descalificar totalmente tanto las concentraciones prolongadas como la subordinación de los distintos equipos a las necesidades de la selección argentina, iban mucho más allá de las cuestiones deportivas. Apelaba a la problemática social, asunto sumamente sensible para vastos sectores de la clase media, que celebraban su acercamiento con los sectores populares: "... en el país hay cosas mucho más importantes que gastar en una concentración de jugadores durante tres meses. . . "[xi]
La afirmación de ese modelo deportivo, que tendía a fomentar una participación más directa de los sectores populares al centrar sus esfuerzos en la escena local, ostentaba los rasgos más singulares de nuestra cultura: por excelencia, los elementos dinamizadores de cualquier sociedad. Ese modelo de signo creativo, interesado en un desarrollo futbolístico más autónomo y autóctono, presumía un alto grado de correspondencia con el paradigma de la época: una perspectiva ideológica asumida por el movimiento peronista, con énfasis en la afirmación de un proyecto de fuerte sentido nacional, que había despertado las esperanzas y la generosidad de múltiples sectores sociales. Es evidente, entonces, que las modificaciones producidas tanto en la práctica futbolística, con epicentro en el Huracán liderado por Menotti, como en los modos de percepción y evaluación del público, no eran ajenos a los cambios culturales ocurridos en el contexto social más amplio.
Notas
[i] Es muy probable que si buceamos en los distintos ambientes de la sociedad argentina de aquellos tiempos nos encontremos con muchos personajes que, habiendo adquirido una importancia similar a la de Menotti en sus respectivos contextos sociales, participen, con diferentes matices, de sus caracteres particularmente esenciales.

[ii] El texto completo de la solicitada puede hallarse en el diario Clarín, 9.7.1973. p. 39. Precisamente, uno de los firmantes de esta solicitada, el defensor Jorge Carrascosa, consecuente con esta línea de pensamiento que abogaba en favor de un compromiso más serio del futbolista, el compromiso de ser solidario con la lucha de los sectores populares por el logro de una mayor autonomía en el plano económico y cultural, afirmaba meses antes lo siguiente: "... a mí me importa ser protagonista de mi tiempo. tornar parte (...) Entonces necesito documentarme, conocer a mi país..." (El Gráfico, 10.4.1973.)

[iii] Es importante aclarar que ésta es una posición diferente de la que sostuvo cuando pasó a desempeñarse como técnico de la selección nacional.

[iv] El Gráfico, 1.5.1973

[v] El Gráfico, 1.5. 1973

[vi]Vale mencionar que lo acontecido con el club Huracán en 1973 desbordó ampliamente el hecho deportivo en sí, despertando el interés de periodistas que habitualmente no se dedicaban a cubrir dicha actividad. Reneé Salas comenta que vivió una experiencia inédita cuando la redacción de la revista Gente y la actualidad, producida por Editorial Atlántida, le ordenó cubrir el última partido disputado por el equipo dirigido por el exitoso director técnico Menotti en Parque Patricios, "un barrio de casas /lajas. calles arboladas y vecinos que dialogan diariamente" (Gente y la actualidad, 11.10.1973).

[vii] Al respecto, Amílcar Romero comenta que Huracán se coronó campeón cuando todavía faltaban algunas fechas y en "la consiguiente invasión al campo hay algunos contingentes cuyas pancartas los identifican como pertenecientes a Montoneros” (Amilcar Romero, Deporte, violencia y política (crónica negra 1958-1983), CEAL, Buenos Aires, 1985, p. 83)

[viii] El Gráfico, 1.5 .1973

[ix] Es bueno aclarar que el sentido libertario de Menotti era compartido también por otros integrantes del plantel de Huracán que, por ejemplo, quedan desligados del seleccionado nacional por no soportar las concentraciones prolongadas y el esquema represivo que allí impera. Uno de ellos, el jugador Francisco Russo, lo testimonia de esta manera: “… desde chico no me gusta el encierro. No me acostumbro (…) Debieron tratarme con calmantes y ni con eso me pasaron los problemas…” La Nación, 9.7.1973, S 2, p 2
[x] La Nación, 9.7.1973, S 2, p. 2

[xi] La Nación, 9.7.1973, S2, p. 2

El fútbol y las transformaciones del peronismo.
Editorial Leviatán. Colección El hilo de Ariadna.
Noviembre 2006. Ciudad de Buenos Aires
www.e-leviatan.com.ar



18 dic 2006

Mané

Por Carlos Ferreira*De una buena vez debo decir que yo lo vi. No por televisión. No desde una tribuna. No desde una platea. No viéndolo a través del relato de alguna voz radial. No. Lo vi muy de cerca. Fue una vez sola y el recuerdo es como un resplandor, una memoria hecha sol. Sabía quién era Garrincha, sabía que le decían Mané y que había hecho maravillas en el Mundial de 1958, pero lo que no sabía era qué se sentía viéndolo como lo vi, en la canchita de su club, Botafogo, en el barrio del mismo nombre, en Río de Janeiro. Un estadio que mi memoria cree parecido al de Argentinos Juniors, el de Jonte y Bermúdez.
Tenía quince años. Era un pibe argentino que vivía en el barrio de Botafogo. Un domingo saqué la entrada y me metí entre el gentío de hinchas blanquinegros esperando la salida de los equipos aferrado a alambre, a un metro de la línea lateral. Y tuve mucha suerte, porque en el primer tiempo de aquel partido entre Botafogo y no importa qué otro, el señor Garrincha, puntero derecho, jugó por ese sector. Y esto quiere decir que después de cada absurdo que inventaba, yo lo veía volver caminando, mojado en transpiración, chuequísimo, mulatísimo, paseando por la raya, cruzándose con el juez de línea como si se tratase de una calle de Río, en silencio, simplemente esperando la pelota, una pelota que, yo sentía, Mané estaba convencido de que llegaría solita. Ella no podía vivir sin él. Creo que lo amaba.
Yo quería seguir viendo eso. Entonces, cuando terminó el primer tiempo, gasté los quince minutos del descanso en recorrer los estrechos pasillos de la cancha de Botafogo para verlo del otro lado. Empujé ("da licenca, faz favor", "disculpe senhor", poniendo mi mejor acento carioca), empujé y me hice un lugar otra vez en el alambrado. Porque ahí pasaba todo lo que había que ver. Mané, el que tenía muchos pajaritos en el patio de su casa y en el patio de su cuerpo, la cabeza. El que felizmente estaba lleno de pájaros. El que fue muy rico y murió muy pobre, el que amó, como acaso amen los pájaros, a la pelota ya la cantante Elsa Soares.
Esa tarde hizo lo suyo. Fue feliz, se le notaba. Su marcador fue infeliz y también se le notó. No podía con él, era inútil, no había cómo y ahora tampoco hay forma de explicar cómo hacía aquello, mezcla de candomblé, macumba, samba y bendiciones de algún dios orixá. Sin la pelota no era nada, como fue nada cuando Elsa se le fue. Cuando se quedaba sin amor era un pajarito incapaz de cantar. Pero con ellas, Mané, ese mulato analfabeto, favelado, capaz de comprar un reloj de latón amarillo por tres mil dólares, con ellas era el Carnaval carioca, era bossa nova y bossa velha, era Dorival Caymi, Ary Barroso, Chico Buarque, Alcione. Como todos, yo también, al terminar el partido, mientras Garrincha caminaba hacia el túnel, le grité: "¡Oh Mané!'', como si fuera el final de una oración pagana.
Levantó la vista, levantó la mano, sonrió. Él no me vio. Yo sí.

* Periodista. Autor de "A mi juego...", Ediciones La Campana (1983).Publicado en la revista La Maga, año 5 nro. 223, miércoles 24 de abril de 1996. Pg. 15

Un video con Garrincha en el seleccionado de Brasil durante los mundiales de Suecia '58 y Chile '62. El candombe que acompaña las imágenes es de Manuel Picón. Lo interpreta el cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa.

24 nov 2006

Video "Pascual Pérez, un ejemplo peronista"


Está en línea el video Pascual Pérez, un ejemplo peronista, que analiza la campaña deportiva del boxeador y su vínculo con el movimiento político y social que nació el 17 de octubre de 1945.
El próximo 26 de noviembre se cumplirán 52 años de la obtención del primer título mundial que ganó un boxeador argentino. Ese día de 1954 Pascual Pérez, Pascualito, venció en Japón a Yoshio Shirai y se alzó con el cinturón de campeón en la categoría mosca.
Con guión y relatos de Marcelo Massarino e idea y producción de Tulio Guterman se puede visualizar y descargar gratuitamente desde el sitio de la revista digital Lecturas: Educación Física y Deportes:
http://www.efdeportes.com/efd103/pascual_perez.htm.
Para más datos, click en: http://www.efdeportes.com/dvd/pp.htm

26 jul 2006

HACIENDO SOMBRA. El boxeo en la literatura argentina


“...cuando se había acercado para verlo dormir, él se despertó. Fue un susto porque no hay que despertarlo cuando duerme, decía mamá, pero papá la apretó contra su pecho, que era grande y duro, y pregunto quien era él. ¿qué mierda soy?, fue la pregunta y Anadelia contesto que el mejor de todos porque era boxeador.”
Liliana Heker, Los que vieron la zarza

“La trouppe andaba de gira por el interior y el se pasaba las tardes encerrado en los cuartos desvencijados de tristes hotelitos de provincia (...), sin otro consuelo que el de desenterrar, de vez en cuando, el amarillento recorte de El Gráfico en el que aparecía su cara invicta y joven, al lado de la cara de Archie Moore.”
Ricardo Piglia, El Laucha Benítez cantaba boleros

“El ultimo match de la noche estuvo a cargo del santafesino Ricardo Minella y Jack Berstein, que también como el anterior fue una lucha de gran emoción, pues Minella, de mayor escuela y entrenamiento que su adversario, logro sacar ventaja en los tres primeros rounds, para ser netamente favorable a Berstein los dos últimos rounds, donde tuvo a Minella al borde del nocaut.
Pese a esta notable reacción de Jack Berstein el jurado acordó el triunfo de Minella, y si bien se escucharon voces de protesta en el publico, entendemos que el triunfo de Minella fue justo...”
Bernardo Kordon, Kid Ñandubay

“...las mujeres se sentaron cada una en uno de los amplios sofás de las salas y Riquelme fue hasta un mueble de donde sacó una botella y cuatro vasos:
-Esta noche voy al Luna –dijo, ¿no querés venir conmigo? Pelea Landini.
-Esta noche no, gracias –dijo él.
-Vamos a brindar por aquella trompada, ¿te acordás? cuando sacaste a Martínez entre las sogas con un gancho de zurda. Lucho se acordaba muy bien...”
Alberto Vanasco, Caída de un peso mediano
En la literatura argentina no es habitual encontrar autores que se hayan dedicado a escribir historias de boxeadores. Curiosamente esta situación se repitió cuando era un deporte de elite porteña y también cuando los sectores populares lo abrazaron como un recurso para ascender en la escala social.
La derrota es el estigma que el boxeador lleva consigo y el escritor abusa de esta situación para que el fracaso del final sea el golpe de knock out de su obra. Sergio Olguín lo corrobora en el prólogo de Cross a la mandíbula: “... lo que más ha atraído... es el boxeador derrotado. La relación existente entre la práctica del box y las frustraciones con las que vive el boxeador. Ya no estamos ante un Monzón victorioso alcanzando su momento de mayor esplendor, sino ante perdedores cansados de recibir golpe tras golpe.”
La pregunta que surge es ¿ a quién le importa la historia de un perdedor? Un hombre que interesa por la derrota es porque alguna vez trascendió la frontera del anonimato por una victoria. Para los escritores la derrota es funcional a la historia que construyen sobre el papel. Pero este esquema no se repite en el imaginario colectivo, porque en la memoria del pueblo permanece un Carlos Monzón jadeante, exhausto y victorioso, mirando a su rival desparramado en la lona y no el reo que es llevado esposado a la cárcel por el asesinato de su mujer.
¿Por qué los escritores toman el estereotipo del boxeador en el ocaso? Una respuesta es que el fracaso de un ídolo tiene la virtud de transformar esa historia en producto de marketing que agota varias ediciones. Todo acompañado por una crítica que destaca “el trasfondo social de la obra”. El círculo se cierra: el lector compra, se conmueve y llora. Un asesinato perfecto para el boxeador que alguna vez ganó pero que su victoria es censurada por la pluma.
En el cuento titulado “Los que vieron la zarza” la escritora Liliana Heker hace hincapié en la relación entre el protagonista, el boxeador Roberto Parini y su familia, en la que solamente su hija lo reivindica como un triunfador. Esa era la única victoria que quería Parini. No le interesaba ganar en el ring, aunque para la autora es sólo un detalle porque hay que ir rápido en busca del final trágico para humedecer las pupilas.
Ricardo Piglia en el cuento el “El Laucha Benítez cantaba boleros” narra la relación entre dos boxeadores, El Vikingo y El Laucha Benítez. El primero fue un discreto peso pesado que tuvo su momento de gloria cuando siendo sparring del gran campeón mundial Archie Moore, le aguantó tres rounds al hombre más fuerte del mundo. Ya veterano integró la trouppe de un circo y recordaba viejas épocas cuando ojeaba los recortes de la revista El Gráfico “en el que aparecía su cara invicta y joven, junto al norteamericano”. Ese era su orgullo, el pináculo de su carrera. Para Piglia mirar esos recortes amarillentos era sólo un “consuelo” y nos quiere tocar el alma diciendo con otras palabras: “El vikingo se la creyó, cree que es boxeador”. Por supuesto no le creemos ya que nuestro púgil termino de pie ante el campeón del mundo y ese fue su gran triunfo, aunque el autor lo soslaya y acomoda el texto para que pase desapercibido.
En “Kid Ñandubay” el escritor Bernardo Kordon cuenta la historia de un boxeador de origen judío, Jack Berstein que, como no podía ser de otra manera, es colocado en el lugar de los perdedores, de los que hacen el trabajo sucio y se llevan las monedas. Como los diecisiete renglones que Kordon le dedica al momento de gloria dentro de un cuadrilátero entre las ochenta y ocho paginas del cuento. Justo es reconocer que le concedió un mínimo elogio: Kid Ñandubay tuvo a su contrincante Minella “al borde del nocaut”. Recordemos que para Bernstein los recortes amarillentos de este combate conservaban el momento más heroico de su carrera deportiva. Pocas palabras en un cuento para el gran momento de la vida del boxeador.
Alberto Vanasco en “Caída de un peso mediano” describe el itinerario de un ex púgil arruinado por el juego e implicado en el asesinato de su representante, quien le niega dinero para una fija en el hipódromo. Es solamente un brindis el único momento que reivindica la victoria por nocaut de Luis Carrasco. Una alusión mínima para la mejor trompada de su carrera.
Es fácil, romántico y políticamente correcto escribir sobre la derrota del boxeador, más aún si se la asocia con el ser nacional y un periplo argentino de final incierto ¿Será porque los escritores creen en el destino trágico de la vida? ¿El único puerto posible para un cross de derecha es el mentón del protagonista? ¿Nunca veremos victorioso al antihéroe de nariz chata? El desafío está planteado. Segundos afuera.

Por Walter Marini y Marcelo Massarino

Publicado en la revista Séptimo Día. Año II. Septiembre de 2001.



1 may 2006

EL FUTBOL HECHO PELOTA. La crisis del ascenso y el mito del aguante



El Fútbol del ascenso tiene una rica historia, mucho de mito y una crisis eterna, donde se mezclan violencia, pobreza, improvisación y negocios sucios. Pero en algún lugar está el hincha que sostiene la ilusión de llegar a ser grande, aunque a veces termina transformándose en el enemigo que le impide llegar a ese sueño. Historias y personajes que construyen una leyenda que resiste el paso del tiempo. Opinan Alejandro Fabbri, Norberto Verea, Eduardo Sacheri, Alejandro Apo, Ariel Scher, Ezequiel Fernández Moores y Daniel Console.


El fútbol de ascenso es un universo pequeño que encierra la identificación del club con un barrio. Un microclima de pasiones, roscas, y un posible negocio que en muchos casos nunca es tal. ¿Por qué razón un pibe se hace hincha de un club de la "D"? ¿Por una cuestión de amor filial? ¿Por una identificación con su lugar de pertenencia? Para el jugador, ¿qué sentido tiene jugar en las categorías menores sabiendo que nunca llegará a trascender? y para el empresario ¿será el primer escalón para engrosar la cuenta bancaria?

El ascenso ya no es aquella postal romántica de antaño, pero todavía guarda cierto romanticismo. La cancha pelada, un único juego de camisetas, zapatillas en vez de botines, jugadores que viven para el fútbol y no de él, tribunas sin tablones, plateas sin butacas, un grupo de muchachos que se juntan para crear un club de barrio agarrados de la utopía de llegar a ser grandes algún día, son algunas de las características comunes que todavía subsisten.

En general, el fútbol de estos tiempos tiene como prioridad la ganancia para los empresarios y representantes con el aval de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y paralelamente, -vaya paradoja- en las tribunas se va imponiendo la denominada" cultura del aguante". Así, las antiguas entidades sin fines de lucro quedaron como un sello de goma. El viejo Sportivo Barracas hoy es el privatizado Barracas Bolívar y juega en la ciudad bonaerense homónima; para dirigir los técnicos llevan sus sponsors; los jugadores llevan sus representantes, algunos dirigentes pagan viáticos con Planes Trabajar y los hinchas se preocupan solamente por salir en televisión para mostrar quién la tiene más grande. A pesar de todo, algo del pasado sigue presente. La cancha de Ferrocarril Urquiza, en Villa Lynch, está igual que hace 50 años -pese que su fútbol esté gerenciado-: las tribunas construidas con los durmientes del ferrocarril lindante, las copas de los árboles cubren el sector visitante e incluso hay un parque con calesitas y toboganes. El estadio" Antonio Arias" del club Liniers, en Villegas, sigue teniendo la cabina de transmisión más grande del mundo -según los relatores que la visitaron- ya que los periodistas relatan los partidos desde los techos de los vestuarios, detrás de uno de los arcos. En Victoriano Arenas el rechazo violento de un jugador termina irremediablemente con la pelota flotando en las turbias aguas del Riachuelo. Justamente en ese sector de Valentín Alsina lo único que tiene vida es la cancha, que forma una especie de península rodeada por fábricas abandonadas y basurales. El ascenso está lleno de estos paisajes, algunos más decadentes y otros pintorescos. En definitiva, la marginalidad seguirá siendo su marca distintiva a pesar de los sponsors, de los empresarios fantasmas y del show televisivo.

Ahora bien... ¿desde qué lugar se puede reivindicar este fútbol?, ¿cuál es el atractivo? Para el escritor Eduardo Sacheri, autor de Esperándolo a Tito, la pasión del hincha se explica por la pureza de su amor. "El hincha de Morón sabe que nunca jamás va a jugar la Copa Libertadores. Es como una vivencia de horizontes limitados pero igualmente vividos. Si la pasión del hincha del ascenso resulta aparentemente desmedida, es porque la gratuidad de su amor es más evidente. Vos sos hincha de River y tu amor también es gratuito, porque nada de lo que ganen los jugadores de River te va a llegar, ni tampoco nada del dinero que le entre a River por el pase de Lucho González. ¿Qué te va a llegar? Algo así como una pátina de gloria de la que te apropias. Ahora, cuando ni siquiera tenés esa perspectiva, ese amor es más puro y desinteresado. Un hincha de Primera no puede creer que un tipo sea de Morón, de Ituzaingó, de Liniers o de Temperley. En ese sentido, es un amor de otra dimensión".

Para Norberto Verea, quien jugó en varios clubes del ascenso, una forma de mirar este fútbol es a través del romanticismo que ciertos hinchas tienen con su club. "En mi época había un 'Colorado' que siempre iba a ver a Talleres de Remedios de Escalada. Estaba con la radio pegada a la oreja todo el tiempo, agarrado del alambrado. Sabía todos los resultados y le preguntabas: ¿cómo va Fénix? y te contestaba: 'Empata 1 a 1. Primero hizo el gol Piripicho y después le empató José Pérez a los 44 del segundo tiempo y no sabes... se quieren morir'. Y el 'Colorado' seguía ahí... preocupado. Esta clase de tipos son los que hacen a estos clubes, y son los verdaderos hinchas. Y ese tipo lo sigue a ese club porque se le hace un hábito, le tapa un montón de postergaciones de vida y además encuentra una referencia para seguir viviendo".

Un sector importante de la sociedad, especialmente la juventud, tiene problemas para encontrar un lugar de pertenencia. A esto hay que sumarle la crisis de los partidos políticos, la estructura familiar, el trabajo y la educación en el marco de un sistema que expulsa a los retrasados en la carrera del éxito. Sacheri es profesor de historia en una escuela de un barrio marginal de Merla y cuenta su experiencia: "Creo que es la identidad que queda, con lo bueno y lo malo, porque si todo lo que sos se juega ahí, cuando las cosas no salen la frustración es muy grande, y si no estás preparado para manejarla, de la frustración al adoquinazo o al balazo hay un camino corto. Son pibes expulsados. No tienen lugar y me imagino que el club no les pide nada a cambio. No es una relación afectiva. El pibe le otorga a ese símbolo todos los valores positivos que no puede descargar en otro lado. Tampoco se los devuelve, pero por lo menos no lo caga. La familia, la escuela, los vecinos lo cagan. Todo ese viejo mito de la antigua pobreza constructiva, superadora, que contenía una semilla de progreso a partir del esfuerzo y la solidaridad en los barrios ya no se ve, no existe. Lo que hay es una rivalidad fuertísima, una situación de violencia enorme, una descalificación recíproca, un racismo salvaje que se lleva a la escuela, al barrio y, naturalmente, también a la cancha. Es el único 'nosotros' que pueden construir. Pero, claro, después vienen las peleas con los otros' nosotros'" .

En el fútbol de estas divisiones menores de la AFA las precariedades quedan expuestas y las verdaderas necesidades de los clubes -divisiones inferiores, campos de juego, tareas sociales- quedan postergadas para privilegiar el negocio. Vale aclarar que la mayoría de los clubes del ascenso siempre fueron pobres -por convocatoria, cantidad de socios, escasa infraestructura y una difusión mínima en los grandes medios de comunicación-. Además, en los últimos años sufrieron la invasión de managers y representantes que vieron la veta de explotar lo poco que tienen para ofrecer: su semillero, su camiseta, su historia. Muchos gerenciamientos dejaron a los clubes en terapia intensiva, tales son los casos de Laferrere, San Miguel, Argentino de Quilmes y Yupanqui, entre otros. Por si fuera poco, la estructura de la violencia que se vio en las barras de los equipos de Primera División desde mediados de la década del' 60 se trasladó a las instituciones más pequeñas, sobre todo porque el negocio se metió en todos lados y en esos clubes la torta para repartir es más chica. Estos ámbitos, hoy por hoy, son caldo de cultivo para que políticos y sindicalistas armen sus grupos de choque para ganar las internas y garantizar que nadie los joda en el club a la hora de cerrar un buen negocio (para ellos). Verea analiza con precisión este fenómeno: "No tiene nada de glamoroso esta idea de tener una banda con treinta tipos que se la bancan y son muy pesados, a quienes el intendente o el concejal les ponen un micro para que vayan a todos lados. Esto está ligado al lumpenaje y a que estés más expuesto a que te caguen a trompadas porque estos tipos tienen impunidad, no podes opinar y te apuran con la excusa que 'nosotros lo bancamos al club en las buenas y en las malas'. Si habría un decisión estatal fuerte y seria, tal vez algún día cambie. Pero en un país donde el básico de los maestros es de 230 mangos, si yo pido una decisión estatal para un circo como el del fútbol, soy un idiota. Pero si lo hacen, capaz que en quince años tendremos menos posibilidades de ver a tipos colgados del alambre agarrándose los huevos y viviendo de ser hinchas" .
Aunque el panorama parezca desolador, todavía existe el simpatizante anónimo que colabora en forma desinteresada para pagar los premios de vez en cuando; para que los pibes de las inferiores tengan su merienda y no se desmayen en las prácticas; para que los jugadores tengan un peso en el bolsillo y puedan viajar. Está también aquel que acerca al médico amigo para que atienda al muchacho lesionado, ya que el club nunca se hará cargo de su salud ni tampoco FAA -el gremio de los futbolistas- que atiende solamente a los profesionales. Es ese hincha que nada pide a cambio, sólo la entrega total a la camiseta que sus jugadores visten. Él y solamente él sostiene la ilusión de un día llegar a ser grande. Casi una quimera. Por eso, todavía hay personajes desde donde se lo puede reivindicar a este querido fútbol del ascenso. Todavía sigue ahí, el "Viejo Víctor" pegado al alambrado de la cancha de Lugano en Tapiales, alentando a los muchachos que están en el campo. El "Viejo", supo en otras épocas, juntar dinero con su sueldo de metalúrgico e ir comprando poco a poco todos los materiales para el entrenamiento de los jugadores, desde conos y pelotas hasta redes para los arcos y banderines. Supo cortar el pasto de los terraplenes que sirven como tribunas, arregló los alambres que los visitantes rompían con furia ante un resultado adverso. También pagó de su bolsillo la concentración para el plantel cuando el naranja ascendió por segunda vez y nadie le agradeció nada. "¿Porqué lo hago?, simplemente porque los muchachos se lo merecen y para que se sientan profesionales". Claro, después llegaron los "barrabravas del mercado", los que decían que traían inversiones y jugadores de mayor categoría, los que están rodeados de obsecuentes de diez pesos para cuidarles las espaldas por si alguien opina diferente. Al "Viejo Víctor" la crisis económica le fundió el taller, y para colmo, la jubilación no le alcanza. Pero él, un optimista por naturaleza, todos los sábados sigue aferrado al alambre de la cancha de Lugano y pronuncia una sentencia que suena a utopía: "Te lo juro pibe, un día vamos a ser grandes".
por Walter Marini y Marcelo Massarino
Fotos (cancha Victoriano Arenas): Mariana Berger
Publicado en Revista Sudestada, edición nº 38, mayo de 2005

HISTORIAS MINIMAS


Alberto Parsechian, un símbolo
Fue arquero en las décadas de los '70 y '80. Debutó en el '69 en Sportivo Palermo cuando jugaba en la "C". Luego completó una dilatada trayectoria futbolística en Ferro, Temperley, Atlanta, Independiente de Trelew y Deportivo Armenio, donde jugó la mayor parte de su carrera.

Cuenta la historia que Héctor Alterio tío del actor- fue el primer arquero en patear un penal en 1931. Parsechian fue el segundo después de 41 años. "Fue en 1972, cuando jugué el Campeonato Nacional para Independiente de Trelew contra Vélez y el arquero era Norberto Peratta. En total pateé 13 penales en mi carrera y convertí 11", dice Parsechian o "El loco". V arias anécdotas justifican el porqué del apodo. "En el '82 me dieron a préstamo a Atlanta y perdimos por penales la final con Temperley, en cancha de Huracán. Pateamos 13 penales cada uno y el último se lo atajó el "mudo" Héctor Cassé a Enrique Hrabina. Yo no pude atajar ninguno. Al año volví a Armenio y ¿sabes que pasó? El último partido nos toca jugar contra Atlanta, que la fecha anterior se había coronado campeón. Nosotros hacíamos de locales ahí, en Villa Crespo, entonces un rato antes del partido fui al vestuario de ellos y escribí en el pizarrón 'Felicitaciones campeón'. Cuando salimos a la cancha empiezan con la vuelta olímpica. De repente me agarró la hinchada y me llevó en andas. Al otro día, en el diario La Razón, apareció la foto del festejo que dice" el arquero de Atlanta es llevado en andas por su público"... ¡¡¡Y yo era jugador de Armenio!!!. En sí fue una revancha por la frustración del año anterior. Era como si me hubiese sentido campeón, fue una pequeña alegría y se hizo justicia después de un año".

Parsechian, además de ser el primer arquero en atajar en mangas cortas también fue un innovador al atajar con una flor en la boca durante un partido. "Estaba jugando en Armenio y una tarde enfrentábamos por la última fecha a El Porvenir, en Gerli. Ellos venían de lograr el campeonato. En el medio de la fiesta la hinchada de El Porvenir tiraba papelitos y flores. Yo estaba junto a uno de los arcos y viste como son las hinchadas que te empiezan a cargar... En ese momento me agaché y agarré un clavel, el más rojo de todos y me lo puse en la boca. Así atajé todo el partido. Algunos aplaudían, otros se reían, y el resto me puteaba. Eso no lo hacía para provocar sino para divertirme y quitarle un poco de drama a todo lo que rodea al fútbol". Y ahora se entusiasma y recuerda una nueva anécdota: "Una vez en cancha de All Boys, descuelgo la pelota de un corner, veo a uno de mis compañeros que junto al lateral me la pedía y entonces di media vuelta e hice rebotar la pelota contra el travesaño y se la di al pie. La hincha da de All Boys estaba enloquecida, no lo podían creer, preguntaban, ¿quién es este loco?".

Parsechian también habla sobre los aficionados: "Las hinchadas son difíciles. Nosotros como armenios tuvimos una desgracia con los turcos. En el año 1915 hubo un genocidio que dejó 1.500.000 armenios muertos. En el ascenso yo recuerdo que las hinchadas nos cargaban gritándonos 'turcos', 'turcos', pero creo que era por ignorancia. El tema fue cuando llegamos a Primera con Deportivo Armenio. Me di cuenta que las hinchadas que nos gritaban lo mismo sabían perfectamente a que se referían, te echaban en cara lo del genocidio. Será porque el hincha de primera estará más informado que el del Ascenso. Igual pienso que eso lo hacían para ponernos nerviosos y no con mala intención."

Darío Dubois: Rebelde con causa
Darío Dubois se crió en Villegas, a orillas de la avenida Crovara. Comenzó su carrera futbolística como marcador central en Yupanqui, allá por 1994. Luego pasó por Lugano, Laferrere, Midland, Victoriano Arenas, Deportivo Riestra y Cañuelas. A Dubois se lo conoce más por sus hazañas rebeldes que por sus logros deportivos. A los 34 años, todavía sigue insistiendo con llegar a jugar en la "B" algún día.

Una tarde a mediados de 1995 jugaban Acasusso y Lugano en Boulogne. Por ese entonces una empresa sponsorizaba a Lugano y prometía pagar a los jugadores 40 pesos por partido ganado. Venían con una racha de tres victorias y la empresa no cumplía: "Resulta que el primer partido que ganamos no nos pagaron, entonces decidí llevarme una cinta aisladora negra para taparme la publicidad de la camiseta. Pero justo en ese partido me la olvidé. Entonces, como había llovido, apenas salimos a la cancha hice como que me persignaba (todos los jugadores hacen eso, pero yo no creo en ninguna religión), agarré barro y me tapé la publicidad. La camiseta naranja quedó cubierta con barro. Me puteaban todos, hasta mis compañeros, no entendían nada, el sponsor se cagaba de risa de nosotros, ¿entendés? No nos pagaban, y yo con esa guita viajaba. Después en la semana, la comisión se juntó y me querían suspender, pero no lo hicieron". Pero Dubois pagó el precio de su rebeldía. En el 96' jugaban el clásico contra Sacachispas y tampoco les habían pagado lo prometido. "Ese partido me junté con todos los jugadores y les dije que si no pagaban, no jugábamos. Mientras estábamos aguantando apareció un auto con la plata y le dimos para adelante, creo que al final perdimos. La fecha siguiente jugamos contra Claypole en Tapiales y el técnico me dejó en el banco por la actitud que había tenido la fecha pasada. Iban 40 del segundo tiempo y perdíamos 5 a O. El técnico me manda a calentar. En ese momento pensé' este tipo está loco, perdemos por goleada y me pone a mí, que soy defensor'. Ahí nomás me saqué la camiseta y se la tiré en la cara. Después de eso se pudrió todo, me corrían todos, el técnico y sus ayudantes".

Dubois, desde su lugar, intentó siempre mostrar que el jugador del Ascenso tiene principios claramente marcados. Representa la verdadera cultura del Ascenso: no vive del fútbol, vive en un barrio marginal, no tiene laburo estable, se cuela en el tren y el colectivo, pero cuando suena un silbato el jugador está presente y no defrauda. "Una vez jugando para Midland enfrentábamos a Excursionistas en el Bajo Belgrano. En la segunda falta que hago el árbitro Juan Carlos Moreno me saca la segunda amarilla y cuando me saca la roja se la caen 500 pesos del bolsillo; me zambullí al suelo, agarré la guita y me fui corriendo. Me seguían todos: el árbitro, los jugadores, cuerpo técnico, se armó un quilombo que ni te cuento. Adentro de la manga, rodeado, le dije al juez: 'Este es el premio que vos me sacas por echarme, hijo de puta'. Al final se lo terminé devolviendo porque sino me daban veinte fechas".

El fútbol le jugó una mala pasada, como a infinidad de jugadores. Durante un partido a mediados del año pasado se rompió los ligamentos. Como sucede comúnmente en estas divisiones, el club en cuestión - Victoriano Arenas- no se hizo cargo de su lesión. "Me mandaban a todos los hospitales públicos de Avellaneda... y ahí no sabes quién te toca. A mí me tenía que ver un médico deportivo. Imaginate si me agarra uno de esos que están haciendo una residencia... me deja la rodilla en la nuca. A fin de año me llamó la secretaria del club y me quiso hacer firmar el pase donde decía que gozaba de buena salud. Fui a la sede y cuando me dio el papel, lo empecé a leer y le dije: 'ni en pedo firmo esto' y salí corriendo con el pase en la mano. Atrás me corrían la secretaria y un par de tipos más. Era muy loco corriendo por las calles de Valentín Alsina con mi pase sin firmarlo."

Dubois ahora sueña con poder volver a jugar y su historia es una, apenas, de las cientos que aparecen en las canchas del Ascenso.

Por Walter Marini y Marcelo Massarino

El viaje

Por Ariel Scher*
Ahí, enfrente del Río de la Plata, donde la primera oscuridad era el color del agua del puerto y la segunda oscuridad era personal y se hundía en el alma porque en un barquito acababa de irse alguien querido, ahí, ahí mismo, una tercera oscuridad, la del tiempo, traía toda la preocupación: en una hora, apenas una hora, había que llegar hasta la otra punta de Buenos Aires, o casi del mundo, porque la tarea de cronista del ascenso imponía cubrir un partido en San Miguel. Trabajador de ingresos menguados pero de entusiasmos no menguados, el cronista aceleró una determinación que le hizo nacer una cuarta oscuridad, una que no residía ni en el agua ni en el alma ni en el tiempo, sino en el bolsillo: tomar un taxi. No se trataba de cualquier determinación: un taxi desde el puerto hasta San Miguel representaba en la primera parte de la década del ochenta -y, en verdad, en cualquier otra época de la Argentina- más que la paga por cubrir el partido y, acaso, varios partidos. No obstante eso, el cronista no se retractó. La decisión estaba tomada.
El cronista alzó la mano casi cerrando los ojos, no fuera cosa que mirar y ver al taxi frenando le concediera la posibilidad de algún arrepentimiento. La voz joven pareció vieja cuando, apenas por encima del volumen de un susurro, dijo exactamente tres palabras que jamás pensó que diría alguna vez arriba de un taxi: “A San Miguel”. Enseguida, siguió un silencio más penetrante que los ruidos de la calle y que los ecos de todo el puerto. El taxista giró la cabeza como si un ejército entero lo obligara a hacerlo, agrandó los ojos como si necesitara meterles al universo adentro y, finalmente, soltó, también él, aunque a modo de pregunta, esas mismas tres palabras: “¿A San Miguel?”. Fue todo. Absortos, perturbados, incrédulos, pasajero y chofer no pronunciaron nada más. El taxi arrancó.
Diez cuadras después, cuando el reloj del taxi anticipaba que en un rato marcaría una fortuna, el conductor carraspeó dos veces, se concedió un tiempo corto, ensayó su tercer carraspeo y dejó que le saliera la voz para hacer la segunda pregunta del viaje. Corresponde precisarlo: eso que moduló tuvo estructura de pregunta, sonido de pregunta y estilo de pregunta, pero, sobre todo, tuvo el contenido de un milagro. Esta era la pregunta: “Joven, discúlpeme, ¿va a ver a Juventud Unida?” El cronista fue entonces quien percibió que otro ejército le hacía girar la cabeza y que extendía los ojos para hacerle lugar a dos o a diez universos completos. Sólo luego de ese asombro igual a una inmensidad, contestó lo que pudo y cómo pudo. Dijo “sí”.
“Me imaginé”, se explayó, más relajado, el taxista, intuyendo que debía dar respuesta a algo que el cronista, si rompía la sorpresa que le atrapaba la lengua, iba a preguntarle. “Me imaginé –repitió- porque hoy tenemos un partido muy bravo y va a ir mucha gente, muchísima”. El cronista quiso, realmente quiso, explicarle que su situación era otra, que no era hincha sino cronista, y que atravesaba Buenos Aires, o casi el mundo, para llegar hasta San Miguel movido por la obligación del trabajo y no por la tentación del afecto. No hubo modo de aclararlo. De allí en adelante, el taxista narró paso a paso, partido a partido, gol a gol, alegría a alegría, tristeza a tristeza y sábado a sábado, la historia de pasión y de identidad que lo enlazaba casi desde la cuna a Juventud Unida. Habló de cómo acomodaba los horarios para no perderse la cancha, evocó a amigos que ya no estaban, repasó anécdotas sencillas, describió los rostros extrañados de los otros cuando avisaba de qué club era hincha, y llegó hasta San Miguel a través de atajos que, seguro, no conocía nadie más. Sabedor de los secretos de partidos distantes de la fama, en las últimas cuadras se hizo tiempo para recordar la tarde en la que descubrió que la cancha de Midland estaba pegada a un cementerio, para conmoverse al mencionar a Borocotó y a Sacachispas, y para homenajear a un defensor de Atlas, robusto, tosco y, más que ninguna otra cosa, tenaz. No le faltó memoria para hacerle honor a algunos otros equipos. Y no le faltó arte para fascinar en cada relato.
Cuando el taxi llegó donde tenía que llegar, a la hora perfecta, el taxista acomodó el auto, le dio un breve descanso a su exposición y detectó de reojo al cronista a punto de pagarle el viaje. “No joven -se apuró casi a gritar-, ni se le ocurra darme un billete. Por algo somos de Juventud Unida...” Por empecinado o por sincero, el cronista insistió hasta que pudo explicarle que era eso mismo: un cronista y no un hincha. No fue fácil. Inclusive, no bien lo dijo, se dolió de que un hombre como ese hombre sufriera una decepción.
El taxista lo escuchó con la naturalidad de la gente calma, o sabia, o educada. “No se preocupe, joven -respondió, sin omitir, como en todo el trayecto, la palabra “joven”-, a esta altura es lo de menos. Le agradezco que me haya escuchado. Yo creo que ahora entiende lo que es el fútbol del
ascenso”.
El cronista vio que el taxista se iba, con una sonrisa generosa y con el tranco apurado que merecen los buenos partidos, y, de lejos, alcanzó a contestarle que tenía razón.

* Periodista y escritor. Autor de“Wing izquierdo, el enamorado y otros relatos”.

IDOLOS

Por Alejandro Apo*
Yo soy hincha de Defensores de Belgrano y lo vi campeón de la vieja “B” en 1967. A la cancha salía como entrenador José Arce Gómez pero el director técnico era Angel Amadeo Labruna. El equipo formaba con Francisco Javier Gerónimo; “Toti” Marenda y Ernesto Camino; Rodolfo Chitti, Oscar Guillermo Bonnia y Jorge Busti; Angel José Tomino, Roberto Parodi, Juan María Larrea, Ramiro Pérez y Roberto Angel Fumagalli. Defensores le ganó la final a Tigre dos a cero con goles de Tomini y Fumagalli, en la inolvidable y nostálgica cancha de Platense, en Manuela Pedraza y Cramer. Pero no ascendió a Primera porque fue a un torneo reclasificatorio con los últimos de la “A” y en ese minitorneo quedó último. En ese año “El Feo” dirigía al Calamar que tenía aquella delantera con Miranda, Muggione, Bulla, Subiat y Medina. Labruna fue un tipo increíble que está en el podio del fútbol, un rarísimo fabricante de vueltas olímpicas: Central del ‘71, River del ‘75 y Defe.
A la cancha me llevaba Carlitos Ferraro, el actual presidente del Círculo de Periodistas Deportivos y eterno compañero de tareas de mi padre. Ibamos junto a su hermano Salvador y su tío Natalio. Era un rito de todos los sábados. El recuerdo de aquellos días me remonta a la cancha del Bajo comiendo unos sandwichs de chorizo, los más ricos del mundo. Y un detalle exquisito: los lupines de la cancha de Dock Sud. Cierro los ojos y veo a los veteranos con la cara alambrada mirando las gambetas de Ramiro Pérez o un gol de Fumagalli.
También iba a la cancha de San Telmo junto a mi tío Neno, hincha del candombero, que ya no está en vida pero sí en el recuerdo. El me enseñó a respetar a futbolistas como Carlos Pandolfi, Juan Carlos Czentoricky y Norberto Monteleone, que pateaba como un animal y tenía un remate que levantaba la red. En esas canchas del pasado que aún están y las recuerdo en sepia vi jugar a Maurilio Merian Alves de Souza, un delantero de Excursionistas que era terrible; al brasileño Jaburú, de Italiano, un futbolista de culto. Y a Oscar Tomás López -El Gallego- un gran goleador que jugó en Dock Sud, All Boys, Los Andes, Deportivo Morón y Defensores de Belgrano. Bueno, yo soy de esa “B”.
En ese tiempo Tigre tenía un equipo que recuerdo de memoria: Hernandorena, Fortunato y Capdevilla; Rivoiro, Alé y De Buono; Carlos Santana, Villamor, René del Carmen Herrera, Vargas y Colarte. Santana era un puntero derecho ligerísimo que jugaba bárbaro. Le decían “Forli” como a un caballo de esa época, que era una luz y ganó el Gran Premio Carlos Pellegrini. Muchos años más tarde, después de una función del espectáculo “Y el fútbol contó un cuento”, que hago junto al Turco Sanjurjo, un asistente me dijo: “Hay un señor que jugó al fútbol y te quiere saludar”. Abrí la puerta, lo miré fijo y le dije:
- No me diga quién es que lo voy a sacar.
El tipo se quedó helado.
- Usted es alguien muy importante del fútbol de ascenso….
- Bueno, le doy un tiempo, concedió asombrado.
Y lo saqué…
- ¡Usted es “Forli”! ¡Usted es un maestro, un jugador de antología!
Cuando le dije “Forli” el tipo se puso a llorar… Creía que no me iba a acordar de semejante figura. ¡Cómo no lo iba a recordar si esos cracks de la vieja y querida “B” eran mis ídolos!

* Periodista de Radio Continental y conductor del programa “Todo con afecto”.

PASION INEXPLICABLE

Por Ezequiel Fernández Moores*
Era una de mis primeras notas para la agencia Télam, a comienzos de 1978. Me envían a cubrir un partido del ascenso en Defensores de Belgrano. Ni me acuerdo el rival. Supongamos que era Flandria. Pero sí recuerdo que el cronista radial, que estaba apenas dos filas arriba mío, dice en su primera salida algo así como: “Mucho mejor Flandria, Defensores no juega a nada”. Pasó apenas un segundo, para que un hincha que estaba a dos metros suyo le largara en seco: “¿Qué dijissste pibe, que Defensores qué?”. El pibe de la radio se puso blanco y en su salida siguiente, pese a que Flandria había intensificado su dominio, su comentario fue más prudente: “Partido parejo, cero a cero Muñoz”.
Fue una de mis pocas experiencias en el fútbol del ascenso. Suficiente para comprender parte de su mundo. Ahora están las cámaras de TN, el canal de cable que emite unos informes notables, a veces en canchas absurdas, con hinchas mirando el partido desde afuera subidos al techo de un micro, golazos que se mezclan con goles de solteros contra casados, periodistas que gritan el gol como si estuvieran en el medio de la barra, apodos y apellidos de cuentos de Soriano y algunas peleas insólitas, verdaderos cuerpo a cuerpo, con tipos pasados de vino o falopa contra policías que pierden el casco y siguen tirando palos, aguardando refuerzos que jamás llegarán. Pero todos, o casi todos, agradeciendo hasta con banderas a TN porque al menos alguien se acuerda de ellos.
Salvo TN, Olé o algunos espacios mínimos de otros medios, se trata de un mundo inevitablemente ignorado por la gran prensa nacional, excepto cuando se producen tragedias. Los pobres, se sabe, sólo suelen salir en los diarios cuando cortan calles, queman gomas o saquean supermercados. Por eso, no coincido con Maradona cuando dice que sólo los hinchas de Boca saben lo que es la pasión, que el resto no tiene idea, como expresó en la Bombonera en la fiesta del Centenario. No coincido para nada. Esa pasión, aunque por momentos me resulte inexplicable, me parece en realidad mucho más poderosa que la de un hincha de Boca, que sí está acostumbrado a salir en la tapa de los diarios y a que repitan sus goles en todos los noticieros. Recuerdo a un padre hincha de Flandria que me explicaba lo que le costaba explicarle a su hijo que su equipo también era un equipo de fútbol. Y recuerdo también a ese pibe que, justo cuando el colectivo se frenó en un semáforo y se produjo un momento de silencio, le preguntó enojado a su madre: “¿mamá, por qué tenía que ser de Flandria?”.

* Periodista de la Agencia ANSA

LA ESPERANZA

Por Alejandro Fabbri*
Hay dos fútbol de ascenso. Todo lo que se juega los sábados no pertenece a un único bloque compacto, bien distinto de la primera división. Hay, como en casi todas las cosas, categorías y clasificaciones. En la B Nacional se encuentran algunos equipos históricos de la Primera A venidos a menos, sea por resultados deportivos o por problemas económicos, más otros cuadros del interior del país que representan lo mismo o suman las ilusiones de una ciudad, de una provincia por ubicarse en la máxima distinción, la A.
Entre las dos categorías amateurs, las dos más pequeñas, hay un universo repleto de pasión y de peleas barriales. Es la Primera B metropolitana, donde conviven viejos equipos con una rica historia entre los grandes y otros que se han incorporado para pelearla y buscar el reconocimiento popular. Por eso, ahí andan por un lado Atlanta, Platense, Tigre, All Boys y Témperley y en el otro rincón Tristán Suárez, Cambaceres, Brown de Adrogué, Flandria y el Argentino rosarino, por ejemplo. Un torneo emotivo, donde todavía hay hinchas propios. Esos que siguen de corazón al equipo de su infancia y no lo dejan, a pesar de que los éxitos son un lejano recuerdo y el futuro amenaza enturbiar aun más la vida deportiva.
Bajando un escalón más, llega la lucha contra los molinos de viento. ¿Cómo hace un chico, algún futbolero de alma, para encariñarse exclusivamente con un cuadro de la cuarta o la quinta categoría del fútbol argentino? Porque salvando a los chicos de las inferiores, a las familias de los jugadores, a los directivos y sus entornos, a aquellos vecinos de siempre, se hace casi imposible amar unicamente a un equipo chico, pero muy chico. Lo mejor que puede pasar es que haya cariño por uno y amor por un poderoso, alguno que le permita al hincha sentirse importante, pertenecer a alguna gesta ganadora.
Sin embargo, locos todavía quedan. Excursionistas, Villa Dálmine, Sportivo Dock Sud, Argentino y Deportivo Merlo, Colegiales, San Miguel, Ituzaingó, Comunicaciones, nunca jugaron en primera A, pero supieron mojarle la oreja a algunos poderosos del ascenso. Tiene su público, tienen sus seguidores, más allá de que no pueden ascender porque no se dan los resultados. Claro, en sus pequeñas tribunas hay camisetas de los grandes del fútbol argentino. Esos chicos que a la hora de definirse eligen un rico y un pobre, un bueno y un malo, el brillo de una camiseta campeona y la tela simple de un equipo de barrio. Ellos sí pueden convivir con dos sensaciones diferentes. También existen en la Primera D, porque alientan a Liniers, a Claypole, a Juventud Unida o a quien sea, con la misma pasión y la misma ilusión. Saben, que esa ilusión es una quimera porque no hay manera de entreverarse en otro lado, no la hubo en otra época y hoy es imposible. Esa utopía los mantiene vivos, los hace creer por un momento que su rugido de gol puede conmover estructuras.
Que quede claro algo: sin estos equipos, el sábado no tendría sentido. El planeta futbolístico argentino no estaría completo. Sin esas canchas precarias, esos pocos hinchas saltando en las tribunas desvencijadas, el ascenso no existiría. Y ciertas historias, ciertos epopeyas de nuestro deporte más amado quedarían solamente para los que sueñan en grande y tienen con qué apoyar esos sueños. Nada hay más democrático que la ilusión de un hincha argentino de fútbol: desde Boca o River hasta Centro Español o Deportivo Paraguayo, todos creen que pueden. Si se sostuviera esa esperanza en otros aspectos de nuestra vida social, estaríamos hablando de un país distinto. ¡qué lástima que no nos demos cuenta!

* Periodista de Torneos y Competencias

HEROES DEL ASCENSO

Por Daniel Console*
No cualquiera concurre a una cancha de fútbol de ascenso, sea futbolista, hincha, técnico, árbitro, periodista o dirigente, que en más de una ocasión debió atravesar un descampado, costear una villa de emergencia, andar y desandar por calles de tierra mirando de reojo de dónde puede venir la agresión solapada, viajar en formaciones de trenes tenebrosas, colectivos de dudosa frecuencia y recorrido, encontrarse de repente en medio de una batalla campal entre hinchadas y/o policías, con toda clase de proyectiles pasándole a centímetros de su humanidad, días y horarios de programación peligrosos para la salud, temperaturas extremas bajo cero o por sobre los 40°, lluvias I impiadosas, sol abrasador, vientos que se I llevan todo. ¿Le sigo enumerando?
Sí, sostengo con su tolerancia y generosidad de criterio que, todos los "personajes" de éste particular mundo, son héroes. No necesariamente patriotas si por ello se en tiende, pero sí merecedores de ese calificativo.
Un capítulo del hincha... Será coincidencia o destino, vaya uno a saber... pero cada vez I que concurro a la canchita de Ferrocarril Urquiza, es motivo de sentir a pleno mi pasión futbolera. Siempre una anécdota, un encuentro, una visita ilustre, una emoción, una lágrima... ya veces independientemente de los protagonistas del partido convocante.
La hermosa tarde seminubosa y las casi desiertas tribunas atestiguadas por la exigua recaudación de cero pesos, daban margen para echar a volar la mente, máxime si como horizonte tenía la chimenea humeante de una locomotora a vapor, que se asomaba por arriba del paredón que da a las vías, donde los aficionados del Ferroclub Argentino dan rienda suelta a otra pasión compartida.
Estaba sentado haciendo equilibrio sobre I el otro paredón, el que da a la calle Cuenca, mientras se disputaban los primeros y agradables minutos del partido, con el resultado 1 a 1, cuando imprevistamente desde la calle, un muchacho que rondaba los 20 años, me pidió que le sostenga una pequeña bolsa de polietileno, tipo supermercado, para así poder encaramarse con ambas manos y situarse aliado mío en la improvisada atalaya, para observar el encuentro. Las jugadas se iban sucediendo y el equipo 'Lila' del Bajo Flores mostraba una notable superioridad futbolística sobre el alicaído Centro Español; de reojo, observaba a mi circunstancial compañero de ubicación, quien sin dejar de mirar atentamente el desarrollo, con una mano hurgaba en la bolsita y comía una tras otra, "galletitas de agua", mientras que un paquete de otras con cereal esperaba su turno... después del "entremés': sacó una pequeña radio con auriculares, únicas pertenencias visibles, y se dedicó a escuchar alguna transmisión de fútbol.
En el entretiempo, sin poder contener mi curiosidad, traté de sonsacarle algunas inquietudes que me fui formando desde que lo vi. Al principio, contestaba con monosílabos, casi sin mirarme, pera al ver que lo alentaba y me identificaba con su inclinación por el fútbol de Primera "D': se abrió y me cantó detalles de como había venido desde Monte Grande a Villa Lynch, luego de viajar en tren hasta Constitución, luego el colectivo 100 hasta Retiro y otra vez el ferrocarril hasta el destino. También me enteré de su particular inclinación de seguir la campaña, como el caso de ese día, del equipo de Ramos Mejía, porque van últimos; también había seguido a Atlas, Victoria no Arenas, Barracas Central y otros. Simpatizante de Banfield con los centavos contados en el bolsillo para seguir con sus periplos casi increíbles. Conocedor de casi todas las canchas afistas y más de una vez cada escenario, sólo le faltaban las más alejadas como Defensores Unidos de Zárate, Villa Dálmine y Defensores de Cambaceres, entre otras, era un estudioso de los ramales y combinaciones ferroviarias, y también de las líneas de colectivos.
El esquivo sol de esos días, se fue ocultando detrás de los centenarios vagones del Ferroclub y el partido llegaba a su fin, con una victoria sobresaliente de Sacachispas, con actuaciones destacadas.
Y éste increíble chico, que en el momento de la despedida, luego de sostenerle nuevamente la bolsita para poder saltar hacia la calle, me dijo que se llamaba Alejandro... y si hasta con gusto le di ése peso que me pidió para viajar, para sumar al otro peso que tenía en su flaco bolsillo, pero seguramente con un corazón enorme, diqno del mejor de mis recuerdos.
Su figura, con andar patizambo, se fue perdiendo hacia la próxima esquina, pero estoy seguro que cuando me toque en ocasión ver a un equipo en desgracia, seguramente allí estará él.
Y los protagonistas principales. Evocaré a un ejemplo: Luis Eduardo Dotta. Es uno de los jugadores que he visto en toda mi trayectoria de veinte años de fútbol, que más recuerdo dentro de aquellos que han militado y militan en Primera "D", Luisito para quienes, allegados a Centro Español, lo han visto crecer y que lo quieren como a un hijo pródigo, verdadero símbolo del club. Nunca lo vi jugar mal. Esa es la pura verdad, aunque alguien pueda llegar a dudarlo. Ha trajinado por más de dos décadas las canchas mas pobres del fútbol sabatino. Luis Eduardo Dotta, el del toque exquisito, el tranco cadencioso, el cabezazo espectacular, el despliegue incesante y la caballerosidad siempre manifiesta.
Junto a tantos otros, constituyen el arquetipo del amor a la camiseta. Dotta, es el tipo de jugador adversario respetado por todos, ya sea dentro o fuera del campo de juego.
Un ejemplo lo viví una hermosa tarde de verano, cuando en la canchita de Ferrocarril Urquiza, Centro Español recibió a Acassuso, en ese entonces serio candidato a alzarse con el triunfo y el campeonato, también. Y como en tantas otras jornadas sabatinas, fue la gran figura del encuentro, que contribuyó enormemente al empate que consiguió su equipo ante tan encumbrado rival. Luego del silbato final del árbitro, el saludo de éste notable n° 5 con cada uno de sus colegas y, cuando se retiraba lentamente hacia el túnel, ocurrió un hecho que nunca podré olvidar, como las secuencias más importantes de algunas películas históricas: un aficionado de Acassuso, apoyado contra el alambrado, le grito: "iCinco, eh!". Dotta se dio vuelta y entonces, simplemente, ese hincha rival, con admiración y respeto, levantó su pulgar derecho y a continuación comenzó a aplaudirlo, silenciosamente. El veterano de mil batallas levantó su brazo derecho, agradeció el gesto y en su cara se reflejó una simple y humilde sonrisa..., agachó la cabeza y lentamente se fue pensando vaya a saber qué emociones. Un nudo en mi garganta fue el premio por presenciar esa increíble escena.
Héroes del Ascenso. Como diría mi entrañable amigo Alfredo Parga, que un mal día decidió partir de éste mundo, hecho de angustias y estrecheces, pero con fervor y orgullo.

* Periodista y escritor. Autor de “Héroes del ascenso”

2 abr 2006

EL PERONISMO Y LOS DEPORTES PROFESIONALES


Este es un fragmento del ensayo publicado en El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX - Tomo II. Identidad - Utopía - Integración Obrerismo y justicia social (1930 - 1960), Hugo Biagini y Arturo Roig (directores). Editorial Biblos. Buenos Aires, marzo 2006.

El peronismo realizó durante su gestión de gobierno (1946-1955) una actividad comprometida con el desarrollo integral del país no exenta de contradicciones ni de ciertos niveles de autoritarismo. Con una audacia poco frecuente dentro del orden capitalista determinó que la esfera de lo público avanzara decididamente sobre lo privado. Este nuevo partido político empezó a dar respuestas económicas, sociales y culturales que apuntaron al mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de los habitantes de la Nación. Concretamente se distinguió por rehabilitar, siempre con un sentido redimidor, a todos aquellos que sufrieron intensamente los tratos discriminatorios en el período signado por la restauración oligárquica.
El gobierno peronista participó del proceso mundial posterior a la Segunda Guerra consolidando el mercado interno y apuntando a forjar una identidad nacional que le otorgara al país una presencia más activa en el concierto de las naciones desarrolladas. Para ello intentó confinar las concepciones extranjerizantes en el pasado con el propósito de nacionalizar la vida social. Los discursos se articularon a partir de un colectivo, un “nosotros”, que congregaba básicamente a unos sectores populares con decidida voluntad de integración, distanciándose de otros tipos de construcciones realizadas en la Argentina. Se tejió una identidad que diferenció claramente a los adherentes del peronismo de un adversario interno relativamente debilitado luego de su reciente paso por el poder. La otrora poderosa oligarquía perdía capacidad de decisión ante el avance de la planificación estatal.
Como secretario de Trabajo y luego como presidente de la Nación, Juan Domingo Perón buscó permanentemente estrechar vínculos con la clase obrera. Durante su larga gestión los trabajadores experimentaron mejoras significativas en el salario y en el nivel de vida en general lo cual favoreció la comunicación entre ellos. El gobierno impulsó la actividad sindical aliada a las políticas del Estado y le abrió el camino de la participación a los nuevos sujetos que emergieron en las grandes ciudades con las migraciones internas y el desarrollo de la industria. No resultó sorprendente, entonces, que en el mundo popular el peronismo obtuviera apoyos sociales y electorales tan altos como duraderos.
Muchas de las transformaciones que tuvieron como destinatarios preferentes a los sectores populares fueron realizadas desde "arriba" y apoyándose en la figura centralizadora del líder político. Perón se vio favorecido porque se había expandido la creencia de que actuaba en nombre del “pueblo”, pese a que el gobierno en determinados circunstancias se manejó más en función de sus propias necesidades e intereses que los de aquellos que decía representar. Política, economía y promoción social constituyeron el paraguas bajo el cual se puso en marcha la locomoción de la sociedad. El Estado condujo la planificación económica y sostuvo políticas activas en diversos ámbitos de una manera relativamente coordinada, amparadas en un marco tan versátil como el de la "doctrina justicialista". Asimismo, los proyectos se transformaron ante las condiciones estructurales y en varias ocasiones se hizo sin pasar por debates internos.
La Fundación Eva Perón , aunque respondió a un formato jurídico privado, se convirtió en un organismo sumamente importante. Logró tejer una verdadera red de asistencia social a nivel nacional que completó el intenso proceso de movilidad social ascendente que impulsó el peronismo. Entre otras cosas, con dichas estrategias alcanzó una manera racional de controlar a los sectores populares y evitar la conflictividad social.

El papel del deporte
El peronismo ubicó al deporte en un lugar predominante de su gestión y para eso contó con actores racionales que planificaron diversos eventos. Incorporó así a miles de jóvenes a la actividad deportiva, además de fomentarse la creación y el desarrollo de instituciones de tal carácter. Asimismo, organizó competencias nacionales e internacionales como los Torneos Juveniles Evita, los Iº Juegos Deportivos Panamericanos de 1951 y el Campeonato Mundial de Básquet en 1950. Por otro lado, impulsó y subsidió la participación de deportistas argentinos en el exterior.
Juan Domingo Perón, conocedor de la importancia de los triunfos deportivos para fortalecer internamente a la sociedad y sostener el imaginario de una Argentina que aspiraba a un liderazgo continental, fomentó la competición de los representantes nacionales en los eventos más importantes . En cuanto a los destacados desempeños conseguidos tanto a nivel local como internacional, fueron generalmente interpretados como un importante aporte para el país, si bien algunas veces la misma rozó cierta ingenuidad. La ampliación de las actividades deportivas le sirvió a Perón, un hombre aficionado al deporte, para desarrollar una comunicación de signo particular con sus seguidores. En dicha esfera salieron a relucir otros aspectos del líder que se manejaba allí de una manera más informal, aunque generalmente dentro de un marco escenográfico planificado. Cuidar al máximo los detalles para seguir alimentando la dimensión carismática del presidente se hacia imprescindible para un movimiento sin tradición política y que no contaba con la simpatía de los grupos oligárquicos.

Roberto Di Giano y Marcelo Massarino.

Integrantes del Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte, adscripta al Programa de Investigación Desarrollo Sociocultural y Educación Permanente, dependiente del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación. Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires



1 abr 2006

FILETE PORTEÑO NUNCA SE FUE DEL BARRIO. Prohibido en los colectivos en 1975, es pasión de jóvenes artistas.


Las primeras luces del día entibian la mañana. Entre la bruma, el amanecer señala una hora precisa. Para muchos hombres y mujeres es apenas un instante, un segundo multicolor que de verlo tanto y tanto, no lo ven. Los carros de lecheros y panaderos avanzan por Paseo Colón. La calle de tierra hace ir y venir los tarros desbordantes de leche fresca y las bolsas con pan crujiente en medio de un concierto de cascos. La música se mezcla con el silbido agudo del conductor. Hay que apurar el paso para cumplir con la entrega. Como todos los días. Como toda la vida. ¿Qué tiene un pobre más que su vida? Tiene un caballo y el carro donde además de la mercadería lleva todo lo que desea y quiere. Un día el fabricante de carros tiene que entregar uno a su cliente. Le pregunta a dos muchachos: ¿se animan a pintarlo? Ellos aceptan y sin que el patrón sepa deciden agregarle unos firuletes sobre las tablas laterales para darle un toque de color y alegría. Cuando el jefe ve “la obra” se agarra la cabeza: ¡el cliente me mata! ¡¿Qué les agarró, pibes?! Cuando el cliente pasa a retirar el carro, queda maravillado y sale a mostrarlo por las calles de Buenos Aires. Después no pasó un día sin que Vicente Brunetti y Cecilio Pascarella tuvieran un carro para filetear. Fue a fines del siglo XIX.
El filete porteño es una marca registrada de Buenos Aires, “un arte esencialmente decorativo. Su temática es a la vez religiosa y pagana” tal la definición de Esther Barugel y Nicolás Rubió, autores de Los maestros fileteadores de Buenos Aires, un libro que editó en 1994 el Fondo Nacional de las Artes. La obra cuenta las historias de vida de los primeros fileteadores y el proceso de producción de la muestra sobre el género que organizaron los autores en la galería Wildenstein el 14 de septiembre de 1970. Además es un relato, con un amplio registro fotográfico, que rescata el trabajo de “hombres de otra ciudad de Buenos Aires, perdida dentro de la misma ciudad”.
Aunque las comparaciones son odiosas, todas las voces coinciden que el Gardel del filete es Miguel Venturo, Miguelito, “quien con sus creaciones y aportes de pajaritos, distintos modelos de variedad de flores, diamantes, dragones, gotas, con magistral ejecución” dio un impulso renovador. Otro gran maestro del pincel fue Carlos Carboni. Hizo verdaderas obras de arte en carros, chatas y colectivos. Fue famoso por su estilo con dragones cuyo secreto develó a Barugel y Rubió: “¿Ustedes se han fijado en las mayólicas del subterráneo de Buenos Aires? En la estación del Obelisco. Una vez pasaba por allí, por esa estación para ir a Quilmes, a la Cervecería, y vi unos dragones con una cola enrulada. Me detuve. La gente pasaba apurada para ir al trabajo. No tenía lápiz ni papel pero lo miré bien al dragón. Miré cómo venía el dragón y la cola también. Y le dije al dragón: ‘A vos te voy a hacer viajar en camión’. Y así fue”.
Hoy es Ricardo Gómez, en su taller del barrio de Mataderos, quien continúa a los 79 años con la tradición más difícil del oficio: el fileteado de carros que combina con la enseñanza y las pinturas que regala a sus nietos y una bisnieta de un año.
Una lista de algunos de los más importantes fileteadores incluye a León Untroib, los hermanos Carlos, Alfredo y Enrique Brunetti, Andrés Vogliotti, Juan Carlos y Roberto Francisco Bernasconi y Enrique Arce. También Armando Miotti, Luis Zorz, Alberto Pereyra, David Stamon y Martiniano Arce, entre otros.
Este arte, porteño por naturaleza, que los hijos de inmigrantes italianos y españoles perfeccionaron gracias al manejo del pincel y el esmalte sintético, comenzó en los carros hasta que las autoridades prohibieron la tracción a sangre. El progreso dio paso al colectivo, que fue el nuevo soporte que paseó al filete por el empedrado porteño, hasta que la ordenanza de la S.E.T.O.P. nº 1606/75 lo prohibió. “Tal vez esta desaparición parcial fue necesaria para que el fileteado comenzase a ganar otros espacios, ya que hasta ese momento era impensable sin el soporte del vehículo”, reflexiona el artista plástico Alfredo Genovese, de 41 años, quien recibió a Sudestada en su taller del barrio de La Paternal. “Nació como una práctica y sobrevivió por una costumbre. Es un hábito que se convirtió en arte”, agrega. En su Tratado de fileteado porteño, Genovese avanza en el estudio teórico del filete dentro de un panorama conceptual. Recuerda que las primeras críticas que recibió fue en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidano Pueyrredón: “mis compañeros decían que era una grasada y no lo tomaban en serio”. De la mano de Ricardo Gómez, Alfredo Genovese se perfeccionó en la técnica y logró incursionar en ámbitos ajenos al oficio como la publicidad, la imagen corporativa y el cuerpo humano como la campaña de la empresa canadiense Much Music, bajo el lema “De tu lado del mundo”, que incluyó el bodypainting en famosos como Charly García, Soledad, la Mona Giménez y Dante Spinetta, entre otros. Genovese considera al fileteado como un arte reciclado tomado de las grandes artes decorativas: “Los artistas copiaron y recrearon los motivos ornamentales que había en Buenos Aires y con eso hicieron un reciclaje de los bienes culturales de las elites hacia las clases bajas. Ornamentos en rejas, frisos y vidrios pasaban al carrito lechero. Plasmaban esta invención decorativa en las clases populares que no podían permitirse la casa con la gárgola”. También cree que es imprescindible incorporar la enseñanza del filete en los ámbitos oficiales de estudio y la creación de un museo.
El artista plástico Tata Moine trabajó con el fileteado “mezclado con otras técnicas y lo usé como un recurso”. Considera que el mundo de las artes visuales menosprecia al filete “por el uso del sintético que no es otra cosa que el óleo de los pobres. En este caso la pintura industrial funciona como una frontera cultural”, afirma en su taller de Villa Urquiza donde trabaja junto al grupo de arte El Colectivo. También egresado de Bellas Artes, Moine entregaba sus trabajos de estudiante con una escena enmarcada en un fileteado: “el docente Norberto Cuello me decía ‘ahí viene el que hace pop por, por porteño’”. Este plástico de 28 años incursionó con el filete sobre diversos soportes: en el inicio sobre tela, luego con tablas, carros, prensas de grabado, guitarras, teléfonos, biombos y hasta una heladera.
Después de más de cien años, esta técnica que nació orillera hoy es una moda que atrapa a jóvenes. Esto confirma que el filete no está muerto, está más vivo que nunca. Ayer fue el carro lechero, los camiones y el colectivo. Hoy los regalos empresarios, una gigantografía junto al Obelisco, el diseño de indumentaria, el tatuaje y la pintura sobre cuerpos. El filete estuvo y está entre nosotros. Como escribió una vez José Gobello conmovido por las obras de los hermanos Brunetti, Carboni, Untroib, Vogliotti y Arce en carros y camiones: “los ciegos vimos”.


Marcelo Massarino


Foto: Alfredo Genovese, Tratado de filete porteño (Gentileza A.G.)


Una versión reducida fue publicada en la revista Sudestada, edición nº 47, abril de 2006.

Ricardo Gómez. “SIENTO EL AROMA DE LA FLOR QUE FILETEO”


Nací un 5 de julio de 1926 en un corralón de la esquina de México y Boedo. De jovencito unos amigos me invitaron a un baile familiar en Mataderos donde conocí a una chica, María Celia, quien fue mi mujer durante 54 años. Tengo una hija y un hijo, cinco nietos y una bisnieta. A los 24 años un señor que reparaba carros vino al barrio y me preguntó si me animaba a filetear uno. Le dije que sí aunque no conocía la técnica. Me la explicó y pensé: “esto es una papa”. Cuando dibujé las hojas y las flores me picó el virus del filete. Así comenzó la historia.
Luego hice carros por mi cuenta. Visitaba los ranchos del Bajo Flores que tenían piso de tierra, pero donde dormía el caballo era de cemento y viruta. Llegaba con don Luis González que quemaba la basura de la Pirelli. Había gente como el Negro Verruga, Pólvora y Documento que en los remates de carros y caballos de Grippo se peleaban contra seis. Gente de muchas agallas, sin cuchillo y a trompadas. Documento tenía una gran habilidad para manejar los carros, atracaba una chata de cuatro ruedas de un tiro.
En los corralones había gente brava. Estaba pintando y de repente se peleaban ¡y no sabes cómo se daban!, ¡escuchabas el ruido de las trompadas..! En ese ambiente me hice. Allí guardaban los carros y en el fondo estaban las caballerizas. El tipo venía, desataba el carro y lo dejaba hacia arriba, entonces abajo había que hacer un dibujo para que se distinguiera de los demás. Para esa tarea copie a Carboni, a León, a don Federico, a los Brunetti y a Mario del Piero: los calcaba en papel, al otro día llevaba una chapa del mismo color del carro y tomaba los colores. Por eso trabajo parecido al maestro Carboni.
Con el tiempo se prohibió la tracción a sangre y comencé con el colectivo en las Carrocerías El Tigre, La Maravilla, San Juan, Ala y El Trébol. Los míos se distinguían por las flores. También llevamos los motivos del carro: la bandera enrollada, los moños, la decoración en los números y la letra gótica. Ahora hay un montón de muchachos que hacen tablitas, pero fileteadores porteños hay pocos, porque no saben lo que es un carro. Pintan muy bien porque son egresados de Bellas Artes, pero delante de un carro no saben para donde ir... El filete de hoy es como Piazzolla. El filete porteño se realiza solamente en carros porque ahí nació, después fue a la chata, luego al camión y al colectivo. Ahora está en todos lados. Alfredo Genovese mezcla Bellas Artes con el filete y se va... Pero es lógico porque los tiempos cambian, como el tango, como la vida… ¡Ojo!, a mi me gusta lo que hace pero yo no puedo salir de lo mío. Alfredo en sus libros habla de mi como su maestro y eso me gratifica.
Tomé la decisión de enseñar un día que en el taller alguien dijo “el día que se mueran estos viejos, se muere el filete”. Le conté a mi señora y me estimuló para que diera clases. El primer día que fui a un centro cultural de la Municipalidad, entré al aula y encontré a diez mujeres. Entonces pregunté: “Perdón ¿cocina?” Y me responden “No, filete porteño”. ¡Yo esperaba encontrar a tres o cuatro negros, nunca a mujeres..! Y tuve que aprender a hablar, porque el idioma del corralón es distinto.
Ahora mi vida es el taller, mis alumnos y algún carro que siempre tengo para despuntar el vicio mientras escucho unos tangos. ¿El filete es arte u oficio? Yo me siento obrero del pincel. A veces los jóvenes me preguntan cuándo uno es fileteador. La respuesta es sencilla: cuando sentís el perfume de la flor que estás pintando, cuando escuchas el relincho del caballo que dibujas, cuando hablas con la Virgen de Luján mientras fileteas su manto. ¡Ahí sos fileteador!

Testimonio recogido por Marcelo Massarino.
Foto: Buche de camion fileteado por Ricardo Gómez, publicado en Los maestros fileteadores de Buenos Aires, de E. Barugel y N. Rubió. (Gentileza E.B. y N.R.)

Dichos que van y vienen


Los dueños de carros, chatas, camiones y colectivos hacían filetear frases a las que Jorge Luis Borges llamó los “costados sentenciosos”.
* Feliz de Adán que no tuvo suegra.
* Si te gusta el durazno aguantate la pelusa.
* Lo mejor que hizo mi vieja es este pibe que maneja.
* Si querés uno igualito trabajá desde chiquito.
* Las suegras son unos ángeles cuando están en el cielo.
* Tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.
* Vivir se puede, pero no te dejan.
* Si querés la leche fresca atá la vaca a la sombra.
* Los chicos son como las olas. Vienen, rompen y se van.
* Es mejor poner un pie en el freno que los dos en el cajón.
* Las mujeres son como el colectivo, no hay que correrlas, vuelven a pasar.
* Mi viejo no hace nada. Y yo le ayudo.
* La mujer que dice su edad es capaz de todo.
* No corrás, el tiempo no se acaba.
* Sonríe. Tu mujer me ama.
* Antes te soñaba, ahora no me dejas dormir.
* Chicas, si quieren jugar al prode, suban que les hago la boleta.
* ¡Gracias a los viejos!
* Si los cuernos fueran flores la ruta sería un jardín.
* Si su hija sufre y llora es por este pibe, señora.
* La madre es la única mujer a la que jamás se olvida
Palabras sobre ruedas, de Martiniano Arce (Ediciones Colihue)
***
* Miralo con asombro que Juan lo ganó con el hombro.
* Yo nací para el fango como Arolas para el tango.
* Tabaco, vino y mujer, echan al hombre a perder.
* No te apures que no es vals.
* Lo peor del cuerpo es la lengua.
* Por mi viejo la tengo, por mi vieja la doy.
* A la pucha, dijo el payaso, y le erró el manotón al trapecio.
* ¡Parece que no pero me va bien!
* No seré doctor… pero tengo dos chapas.
* ¿Me ves, mamá?
* La pianté del bulín porque se tomaba el agua del florero.
* Hay que endurecerse, pero perder la ternura jamás.
* Tengo cuarta y soy amigo.
* Con esta chata y mis nenas, a mi no me hablen de penas.
* En mi casa soy mandón… por eso duermo en el camión.
* Voy detrás de una ilusión.
* Guapo es el que labura.
* Sanan las cuchilladas pero no las malas palabras.
* Se doman suegras a domicilio.
* No llevo cargas grandes, chicas sí.
* Viva yo y el que me fía.
* Planchado de peatones.
* Beethoven no sé quién es, pero conozco a Gardel.
* Con el candil apagado no hay china que se vea fea.
Los maestros fileteadores de Buenos Aires, de E. Barugel y N. Rubió (Fondo Nacional de las Artes)
***
* Jesucristo es mi copiloto.
* Sencillito pero mío.
* Vos haces pinta con lo ajeno yo soy croto con lo mío.
Del libro Tratado de fileteado porteño, de A. Genovese (Ediciones del dragón)