18 dic 2006

Mané

Por Carlos Ferreira*De una buena vez debo decir que yo lo vi. No por televisión. No desde una tribuna. No desde una platea. No viéndolo a través del relato de alguna voz radial. No. Lo vi muy de cerca. Fue una vez sola y el recuerdo es como un resplandor, una memoria hecha sol. Sabía quién era Garrincha, sabía que le decían Mané y que había hecho maravillas en el Mundial de 1958, pero lo que no sabía era qué se sentía viéndolo como lo vi, en la canchita de su club, Botafogo, en el barrio del mismo nombre, en Río de Janeiro. Un estadio que mi memoria cree parecido al de Argentinos Juniors, el de Jonte y Bermúdez.
Tenía quince años. Era un pibe argentino que vivía en el barrio de Botafogo. Un domingo saqué la entrada y me metí entre el gentío de hinchas blanquinegros esperando la salida de los equipos aferrado a alambre, a un metro de la línea lateral. Y tuve mucha suerte, porque en el primer tiempo de aquel partido entre Botafogo y no importa qué otro, el señor Garrincha, puntero derecho, jugó por ese sector. Y esto quiere decir que después de cada absurdo que inventaba, yo lo veía volver caminando, mojado en transpiración, chuequísimo, mulatísimo, paseando por la raya, cruzándose con el juez de línea como si se tratase de una calle de Río, en silencio, simplemente esperando la pelota, una pelota que, yo sentía, Mané estaba convencido de que llegaría solita. Ella no podía vivir sin él. Creo que lo amaba.
Yo quería seguir viendo eso. Entonces, cuando terminó el primer tiempo, gasté los quince minutos del descanso en recorrer los estrechos pasillos de la cancha de Botafogo para verlo del otro lado. Empujé ("da licenca, faz favor", "disculpe senhor", poniendo mi mejor acento carioca), empujé y me hice un lugar otra vez en el alambrado. Porque ahí pasaba todo lo que había que ver. Mané, el que tenía muchos pajaritos en el patio de su casa y en el patio de su cuerpo, la cabeza. El que felizmente estaba lleno de pájaros. El que fue muy rico y murió muy pobre, el que amó, como acaso amen los pájaros, a la pelota ya la cantante Elsa Soares.
Esa tarde hizo lo suyo. Fue feliz, se le notaba. Su marcador fue infeliz y también se le notó. No podía con él, era inútil, no había cómo y ahora tampoco hay forma de explicar cómo hacía aquello, mezcla de candomblé, macumba, samba y bendiciones de algún dios orixá. Sin la pelota no era nada, como fue nada cuando Elsa se le fue. Cuando se quedaba sin amor era un pajarito incapaz de cantar. Pero con ellas, Mané, ese mulato analfabeto, favelado, capaz de comprar un reloj de latón amarillo por tres mil dólares, con ellas era el Carnaval carioca, era bossa nova y bossa velha, era Dorival Caymi, Ary Barroso, Chico Buarque, Alcione. Como todos, yo también, al terminar el partido, mientras Garrincha caminaba hacia el túnel, le grité: "¡Oh Mané!'', como si fuera el final de una oración pagana.
Levantó la vista, levantó la mano, sonrió. Él no me vio. Yo sí.

* Periodista. Autor de "A mi juego...", Ediciones La Campana (1983).Publicado en la revista La Maga, año 5 nro. 223, miércoles 24 de abril de 1996. Pg. 15

Un video con Garrincha en el seleccionado de Brasil durante los mundiales de Suecia '58 y Chile '62. El candombe que acompaña las imágenes es de Manuel Picón. Lo interpreta el cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa.

1 comentario:

  1. Anónimo9:38 p. m.

    La nota encantadora, como la estrella de Mané. Y el video es bellismo. Te agardezco Marcelo por compartir con nosotros estos relatos.

    Paso a Paso

    Un abrazo AKDmico

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