Lidia Grichener, presidenta de Missing Children
Por Jorge Fernández Díaz
Por Jorge Fernández Díaz
Marcelo Vallejos
2007. Editorial Leviatán.
160 páginas
El descubrimiento de una idea original y revolucionaria puede surgir, simplemente, de un golpe de suerte. El azar, tan amado como resistido aunque siempre enunciado, interviene y nos deja una sorpresa. Tal vez porque el espíritu santo escuchó las oraciones que le ofrendan millones de fieles en todo el planeta, nos dejó el cofre de la felicidad en el umbral de nuestra casa y, creer o reventar, la llave está debajo del felpudo.
En el plano literario una idea puede ser el germen de textos notables, concebidos con trabajo y dedicación por el escritor que busca cada palabra para lograr una narrativa que provoque al lector, lo saque de la rutina de pasar una página tras otra y lo involucre para que tome partido en la trama. Así sus sentimientos, pasiones y razonamientos quedan al descubierto en la intimidad de la lectura de una novela que elude las modas y los lugares comunes.
En tiempos de una literatura pautada por los parámetros del mercado, encontrar una narrativa como la de Marcelo Vallejos es una bocanada de aire fresco. Claro que un libro como éste sólo puede llegar a las librerías por un camino alternativo al que impone el conglomerado editorial de turno. Después está en la tarea del lector agudizar la mirada para detectar trabajos como Anatomía de un simulacro que recibió excelentes comentarios de los escritores Pablo Ramos y Vicente Battista. Es un texto tan potente como seductor donde el autor recorre el espinel de una historia que resulta verosímil por el perfil de los personajes y el clima asfixiante que rodea las acciones, en un pueblo inhóspito del sur argentino. El doctor Olevi, el juez Mendaci, el Soga Fajardo y otros son piezas de un juego de dominó, que es la propia historia, y actores una partida con final incierto. Sin embargo tenemos una certeza: una literatura meticulosa, cristalina y sin estridencias está en nuestras manos.
Marcelo Vallejos nació en 1962 y colaboró en diversos diarios y revistas argentinos. En 2003 escribió Anatomía de un simulacro que publicó Leviatán cuatro años más tarde.
M.M.
Publicado en la edición gráfica de Sudestada, edición nº 78, mayo 2009.
El muchacho elegante tenía los ojos color de cielo y una sonrisa blanquísima. Alzaba la ceja izquierda y una mirada dulce y profunda le otorgaba fortaleza y seducción. El tabique nasal desviado y una cicatriz desde el entrecejo hacia la frente eran las señales de la distinción de un verdadero bon vivant. Se movía en la noche del arrabal como pez en el agua. Ya de joven visitaba los tugurios del Camino de las Cañitas, en Palermo junto al Arroyo Maldonado, entre compadritos, malandras y respetables padres de familia que frecuentaban los prostíbulos y bodegones de las orillas de Buenos Aires. Sin embargo, eso no impedía que fuera protagonista de las fastuosas reuniones de la burguesía porteña en los salones más distinguidos y fuera socio del Jockey Club, de Gimnasia y Esgrima, de la Sociedad Sportiva y del Club del Progreso. Este personaje singular fue el primer ídolo criollo de los argentinos: Jorge Alejandro Newbery cumplió con todas los requisitos para ocupar ese cetro: murió joven y a lo largo de su corta vida –apenas treinta y ocho años- superó cuanto desafío se propuso; fue un protagonista excluyente de la vida social, deportiva y política del país; culto y con una sólida formación profesional su presencia despertaba admiración y respeto entre los hombres, como pasión y rojo carmesí entre las mujeres.
George heredó de su padre la pasión por la aventura. El norteamericano Rodolph Lamartine Purcell Newbery llegó a Buenos Aires en 1872 luego de la epidemia de fiebre amarilla que barrió con la población negra. Con veinticinco años instaló un consultorio odontológico en la calle Florida 125 y se adaptó inmediatamente al pulso de la ciudad. En su país fue soldado e intervino en la avanzada de Grant que concluyó con la victoria en la Guerra de Secesión y el fin del esclavismo. Tal vez influido por las visitas que el embajador plenipotenciario Domingo Faustino Sarmiento hacía en la casa familiar de Nueva York, es que Ralph llegó a este inhóspito lugar del Cono Sur. En 1873 se casó con Dolores Celina Malagarie Ramos, Lola, quien le dio doce hijos en doce años. Pero las obligaciones familiares no detuvieron su espíritu aventurero. Compró campos en la Patagonia, Buenos Aires y San Luis, por consejo de su paciente, el general Julio Argentino Roca y a menudo dejaba los instrumentales y tenazas con rumbo al Sur. La última vez fue junto a su esposa en busca de oro a Tierra del Fuego donde la muerte lo encontró en abril de 1906, a los cincuenta y ocho años de edad. El segundo de sus hijos y primer varón nació el 27 de mayo de 1875: Jorge Alejandro llevó en su sangre la herencia anglosajona de una familia proveniente del sur de Inglaterra y la temeridad aventurera de sus ancestros. De chico templó su carácter cuando a los ocho años su padre lo embarcó en un largo viaje rumbo a los Estados Unidos para conocer a los abuelos. De regreso, asistió a la escuela escocesa de San Andrés, en Olivos, y luego obtuvo el bachillerato en el Colegio Nacional. La familia ya vivía en la casona de Ituzaingó 11 (hoy Moldes 2368), en el barrio de Belgrano, junto a los apellidos patricios que se mudaron al norte para huir de la fiebre amarilla. Con 16 años volvió a Norteamérica y cursó dos años en la Universidad de Cornell y en el Drexlel Institute, de Philadelphia, donde tuvo como profesor a Tomás Alva Edison, el inventor de la lámpara incandescente. Allí cultivó su perfil como deportista y participó en torneos de boxeo, al tiempo que afirmó una convicción: el progreso viene de la mano del desarrollo de la ciencia y la investigación. A los veintiún años regresó a la Argentina con el título de ingeniero electricista y aceptó un cargo de jefe en la compañía Luz y Tracción del Río de la Plata aunque sólo por un par de años, hasta que ingresó a la Marina de Guerra donde obtuvo el grado de capitán de fragata. Prestó servicios en los cruceros Garibaldi y Buenos Aires. En 1899 fue comisionado a Londres para comprar equipamiento eléctrico y aprovechó para disputar y ganar dos campeonatos de boxeo, en el Athletic Club y el Germain Gimnasium, de Londres. Fue profesor de natación en la Escuela Naval y duró tres años en la fuerza. En el comienzo del siglo XX el intendente porteño Adolfo Bullrich lo nombró Director General de Alumbrado de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, cargo que conservó hasta su muerte. En 1904 asumió la cátedra de Electrotécnica de la Escuela Industrial de la Nación que dirigía Otto Krause. En paralelo a una fructífera carrera profesional, Jorge Newbery moldeó su cuerpo como una argamasa sólida y escultural pues era dueño de un físico privilegiado que fogueó practicando boxeo, remo, lucha grecorromana, fútbol, esgrima, y natación. También intervino en carreras de automovilismo, aunque consolidó su fama de sportman, que lo proyectó a la consideración popular, como piloto de globos aerostáticos y aviones. De alto perfil en el ambiente social de la época, todas y cada una de sus actividades era seguida con especial atención incluso por los diarios de la época, más aún cuando la noche lo tenía como protagonista del espíritu festivo de su clase.
Y el Coco se callaba la boca. Miraba el suelo. ¿Por qué, Coco? ¿Por qué te callas la boca y andas escondiéndote? ¿Vos, Coco? ¿El mejor tocador de bombo? ¡Que no se diga! Porque vos sos el mejor de todos. Sin vueltas. Cuando te dejamos solo haces lo que querés con el bombo. La gente te aplaude. La gente te aplaude. Se vuelve loca. Por la espalda, por abajo la pata. ¡Dale, Coco! ¡Más fuerte, Coco! ¡Más ligero! ¡Dale, Coco! Pero soy el director. Yo siempre fui director. ¿No es cierto, Coco? Este año, y el año pasado, y el otro, y el otro. Siempre. La murga de Barraza, le dicen a Los Divertidos. Eso vos lo sabes.
De Un Bombo que suena lejos, Humberto Costantini
La voz de Teté Aguirre, grave y cavernosa, retumba entre las paredes del taller donde fabrica bombos, al fondo de su departamento en un primer piso del barrio de Villa Crespo. El sol ilumina la tarde y ese lugar en el mundo ––pequeño y repleto de herramientas, maderas, mazas y papeles que tapan la mesa de trabajo– es el único ámbito donde este hombre de setenta y cuatro años puede crear por afuera de su escenario natural: el empedrado. Porque Teté es la calle misma en tiempos de Carnaval, una suerte de guardián del Rey Momo que anuncia la llegada de los días felices con los sonidos del parche y el platillo. Personaje de culto para músicos y murgueros, nunca abandonó la esencia del murguista que lo mantiene vivo y le da energías para encarar nuevos desafíos arriba de un tablado con el grupo La Runfla. También como letrista y confeccionando bombos de manera artesanal. “A veces les hablo y les pido perdón: ‘mira, tengo que apretar las clavijas para afinarte’”, dice con la palabra y la mirada en el rabillo del ojo. Teté Aguirre, Héctor en su documento de identidad, es grandote y se peina para atrás con unos rulos rebeldes que caen, empecinados, sobre la nuca. Tiene un cuerpo macizo que aun con los golpes que le dio la vida lo conserva con una postura altiva pero serena. Sus manos y brazos han hecho miles de malabares con la maza de madera y los platillos. Y sus dedos no dejan de repiquetear cuando entona, con una sorprendente voz de jilguero, las canciones que compone desde hace tan solo quince años.
Arráncame la vida
Yo tengo muchas ganas de murguear
y a todos ustedes pido que me acepten.
Cuando los bombos empiezan a entonar
esos compaces que el murguero siente.
Un pasito adelante y otro atrás
Así se baila cuando uno empieza.
Después los saltos y todo lo demás
y entonces quedan todos de la cabeza.
No digas más pavadas, por favor
la gente vive metida en otra cosa.
La plata no te alcanza para nada
no es como antes, todo color de rosa.
Yo sé que vos tenés buen corazón
y te olvidas de todo lo que pasa.
Tenés que laburar si vos podes
Para poder llevar un mango a casa.
Siempre estas bajoneada y con dolor
y no queres que el mundo se divierta.
La murga nuestra trata de borrar
el malestar que a este país aqueja.
Vení hablemos juntos, por favor
Los dos queremos una Argentina nueva.
El tema es la desocupación
hay que arreglarlo, sea como sea.
Coro
Si nos juntamos todos puede ser
poder lograr una patria divina.
Y así como decía El General
si estamos todos unidos, salvamos la Argentina.
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