1 abr 2010

Sudestada, abril de 2010


Susana Torres Molina, autora y directora teatral
"Pretendo que el público se interrogue"

Por Marcelo Massarino
El tiempo es como un prisma que descompone a la historia en todos sus colores. A medida que los años transcurren la mirada se amplía y los matices y tonos son más nítidos. Descubrimos perspectivas e intensidades que antes eran invisibles, es parte de un camino que sólo se puede transitar de manera natural, sin saltear fases ni tomar atajos. Tiempo y distancia, dos elementos que junto a la memoria son necesarios para reflexionar sobre el pasado, entender el presente y construir un futuro que los contenga sin reciclajes que los recorten o mutilen.
Algo más de treinta años es un período considerable para la aparición de nuevos relatos, sobre la militancia de los años setenta en la Argentina, que contemplen las subjetividades de hombres y mujeres; que se refieran a los temores y los miedos; las convicciones y las delaciones; las dudas y los prejuicios; los interrogantes que abrieron aquellas certezas; las críticas por lo hecho y por lo dejado de lado desde lo afectivo. Que se refieran a las sensaciones de quienes protagonizaron esa lucha política y de los que consideran que ese pasado les quitó una parte importante de su presente.
Esa extraña forma de pasión (El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, Capital Federal) es una obra de la dramaturga y directora Susana Torres Molina, quien asume desde el escenario la responsabilidad de mantener una “conciencia activa” con “un único juicio rotundo y determinante: la condena absoluta al terrorismo de Estado”. Con tres situaciones entrecruzadas se refiere a la vida en los campos de detención ilegal y la relación entre represores y secuestrados; a la clandestinidad de los militantes y a los hijos de desaparecidos y los sobrevivientes. Cuenta con las actuaciones de Adriana Genta, Gabi Saidón, Béla Arnau, Fiorella Cominetti, Santiago Schefer, Emiliano Díaz y Pablo Di Croce.

Las razones que motivaron el texto son variadas aunque la autora señala como disparador la lectura de un artículo en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, que contaba cómo los secuestradores salían a bailar con las prisioneras durante las fiestas de Año Nuevo. De esa manera escribió Sunset, la primera situación que comprende a Carlos y Miguel –dos represores– y a Laura –una secuestrada de veinticinco años– que mantiene una relación afectiva con uno de ellos, en el marco de la supervivencia en un centro clandestino; en Los Tilos Cecilia y Paco, dos jóvenes militantes de una organización que decide pasar a la clandestinidad, están escondidos una noche en un hotel alojamiento; por último en Loyola hay un encuentro entre Manuel –un periodista de treinta y dos años, hijo de padre desaparecido– y Beatriz –una escritora de cincuenta y siete años, quien estuvo comprometida con la lucha política y sobrevivió a la represión. Las tres partes se fusionan en un espectáculo que es un entramado con emociones que busca la reflexión “sin apologías ni demonizaciones”.
Torres Molina tiene una extensa trayectoria en ámbito teatral. Escribió piezas como Extraño juguete, Y a otra cosa mariposa, Soles, Manifiesto vs. Manifiesto y Ella. Muchos de sus textos fueron traducidos al inglés, portugués, alemán y checo, como también representados en el extranjero. Además recibió distinciones en la Argentina, América Latina y Europa durante sus cuarenta años de carrera. Con esta puesta la investigadora se aparta de la característica que tiene la mayor parte de su producción porque considera que “esta obra se refiere a un pasado muy concreto y pocas veces trabajé sobre nuestra historia, siempre fueron atemporales y existencialistas. En este caso no me interesa mantener vivo un pasado sino una reflexión presente y activa de ese pasado que está presente en nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestro inconsciente. En ese sentido siento que se trata de una memoria activa y presente.”
El desafío que se planteó fue “trabajar desde la subjetividad de cada personaje y sin estereotipos; saber que cada uno de los militantes fueron distintos entre si; que los represores también eran diferentes. En definitiva, que no se trata de bloques. Después de una situación tan tremenda como el terrorismo de Estado se habla de ‘los militantes’, de ‘los héroes’, de ‘los represores’ como si se tratara de estructuras. Creo que pasó mucho tiempo y podemos hablar desde lugares más personales e individuales. Esto fue algo conciente y me pareció que en el teatro no había un tratamiento desde ese punto de vista, aunque sí en la literatura que surgió en los últimos años. Se tocaban los temas cercanos a la represión más focalizados en la apropiación de niños, como por ejemplo en Teatro por la Identidad, pero siento que se lo hacia desde un lugar de blanco o negro, no desde las fisuras que tienen los grises. Hoy quería abordar la cuestión desde las singularidades, los sentimientos y las contradicciones, desde las dudas y las preguntas a partir de este pequeño y humilde recorte”.




La nota completa en la edición impresa de Sudestada nº87

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